La diferencia entre la tecnología y la esclavitud
Es que los esclavos son plenamente
Conscientes de que no son libres:
Nassim Nicholas Taleb
Tal vez la palabra idiota resulte agresiva porque la hemos convertido en insulto que aplicamos a diestra y siniestra a quienes consideramos enemigos o para descalificar mentalmente a una persona.
Pero todos hemos tenido en alguna ocasión, mínimo, un comportamiento o actitud de idiotas. Unos más, unos menos, unos viven permanentemente en ese estado, otros lo ignoran o fingen no saberlo. Y aún más, hay quienes van por la vida presumiendo con orgullo su idiotez. Somos seres humanos propensos, de manera fácil, a perder la cordura y el equilibrio, a repetir constantemente los mismos errores o aberraciones, a hacernos adictos a lo que sea y a incorporar hábitos que nos dañan cuerpo, mente y alma. Y repetir lo mismo aún sabiendo las consecuencias, se considera una locura. Una locura solo es de idiotas.
Revisando el origen de la palabra y su aplicación original[1], viene del griego idiotes, no era un adjetivo insultante ni tampoco hacia alusión a la inteligencia de las personas, sino que hacía referencia a un cuidado privado, a mantenerse ajeno a la vida pública, lo que para el concepto de democracia entre los griegos era importante. Quien no contribuía a los debates era considerado “no como falto de ambición, sino absolutamente inútil” y mantenerse solo en una vida privada significaba el abandono de un deber, por lo tanto, quienes renunciaban a sus deberes políticos eran considerados “idiotas”.
Posteriormente, el término se fue aplicando como parte de medición de edad mental, incluido en la psiquiatría para etiquetar niveles. En algunas culturas la palabra, de uso clínico, fue incorporado al repertorio de ofensas.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, “idiota” es definido como tonto o corto de entendimiento y/o engreído sin fundamento, o sea, necio.
Si aplicáramos tal cual el sentido de idiota de la antigua Grecia[2], esa palabra “idios” se refiere a lo privado y a lo propio. Un idiota era alguien que solo se preocupaba de lo suyo, de lo privado e ignoraba con desprecio todo lo público. Un simple egoísta.
Un idiota es una persona que maltrata lo público, destruye anuncios, tira basura en la calle con la idea egoísta de dañar a propósito espacios públicos y luego que alguien los remedie. Que ignora o no le interesa tener participación ciudadana como votar en procesos electorales. Consideran que los espacios públicos no son de nadie y por eso tienen la actitud de dañarlos para que otros no los disfruten.
“Incluso, hay idiotas al modo griego en la actividad política fáciles de reconocer: son aquellos que anteponen sus intereses particulares por delante del servicio público, son los que han decidido vivir de la política, los que carecen de ideología y de principios, los que ora se levantan socialdemócratas, ora liberales…”
Han ido apareciendo varios libros y aplicaciones con el término idiota. Desde la novela del escritor ruso Fedor Dostoievski, escrita entre 1868 y 1869, titulada “El Idiota” o “El Príncipe Idiota” (en algunas ediciones) o “Cuentos para idiotas, imbéciles y estúpidos” de Pere Saborit en 2015, hasta más actuales como ¿Qué hacemos con los idiotas? de Maxime Rovere (2021), Generación Idiota de Agustín Laje (2023) y Era de Idiotas de David Pastor Vico (2024).
Agustín Laje retoma el sentido original de idiota del modo griego de que el idiotismo se refleja en el interés de aquellos que viven su vida privada sin mayor contacto con la realidad externa y la ve en las generaciones similares a los adolescentes y dice que “de las sociedades que veneraban la sabiduría de las canas hemos pasado a la que envidia e imita al adolescente” donde la maquinaria digital produce vidas fake sin descanso e instituciones básicas, como la familia, quedan fuera de lugar en estas generaciones adolescentes.
Hace una similitud de la sociedad con la etapa adolescente donde se está a la deriva y reina la frivolidad. Precisa que “el proceso de digitalización que vivimos en la actualidad captura la palabra, el libro, la imagen, el sonido, el movimiento. Además, se digitalizan las emociones y la inteligencia.
Ya no somos reticentes a pensar que las máquinas piensan, nos interpretan y nos entienden. Algunos ya quisieran que las máquinas sintieran para comunicarse mejor con nosotros. La inteligencia artificial ya está echando mano en el asunto. Que Siri, Alexa o Cortana sientan y se emocionen. Nuestra comunicación ya es una comunicación digital. Nos llamamos, hacemos videos y nos escribimos con otros -humanos y robots- mediante tecnologías digitales. También nuestra economía, política y cultura dependen hoy del mundo digital: producción digital de bienes y servicios, gobernanza y burocracia digital, industrias culturales digitales. En este sentido, la tecnología digital no es simplemente una tecnología de la comunicación, es una tecnología de la vida”.
Para completar la idea, la vida digitalizada vive de la apariencia digital y la captura de la vida. Y entre la realidad y lo virtual ha ido surgiendo una forma híbrida. Para Laje, el like, esa gran obsesión y adicción que se nos ha desarrollado por ubicar todo en torno a nosotros mismos, es el nuevo individualismo y egocentrismo tecnológico -e idiotismo- donde aspiramos a ser centro, origen y destino de la vida como un gran dispositivo de pornocracia panóptica.
La pornocracia obedece al poder del morbo, el poder de una nueva pornografía virtual. El término panóptico se aplica como una forma de ver todo o de visión global. Las redes sociales nos permiten espiar la vida privada de los demás y estar pendiente de las intimidades ajenas. Y como muchos, millones, estamos conectados creemos que es una nueva forma de democracia, pero lo único que se democratiza es lo banal en el proceso de fomentar hábitos que terminan en adicciones.
Las adicciones son codependencias a personas y sustancias o a dispositivos y tecnologías. Una persona adicta o codependiente pierde el control de si misma y se idiotiza.
David Pastor en “Era de idiotas”, entre otras cosas, expone el malestar en el que vivimos hoy, producto de olvidarnos de nuestro contexto, nuestros vecinos, nuestras colonias y pensar solo en nuestro propio bienestar.
Se apoya en Francisco de Quevedo quien señaló que un pueblo idiota es seguridad del tirano porque en la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes.
Es más radical y directo al sostener que “no estamos educando a las próximas generaciones. Estamos fabricando animales cada vez menos humanos, solitarios, egoístas, acríticos y manipulables y, claro, yendo contra nuestra propia naturaleza: animales enfermos. Nuestros hijos son fruto de nuestros miedos, anhelos y esperanzas. De nuestras frustraciones y decisiones bien y mal tomadas y sobre todo de nuestra propia falta de pensamiento crítico, en la gran mayoría de los casos. Ellos son el proyecto de todo lo que nosotros no pudimos ser, de tan alto que nos vendieron que podían volar y estúpidos de nosotros que lo compramos. Aquello que no tuvimos se los queremos dar sin más, simplemente porque podemos y también porque nos sentimos culpables por no estar junto a ellos para poder conseguir precisamente eso que les damos sin pensar, sin reflexionar si hacemos bien o mal autoengañándonos al creer que lo material suple el cariño no dado, cuando en realidad no es más que una breve explosión emocional cada vez menos placentera cuanto más se abusa de ella”.
Nuestra idiotez funciona igual que las adicciones al alcohol, crack, cocaína o al like de Facebook. Se basa en tres fases: disparador, conducta y recompensa[3] y “juntos modelan la conducta en todo el reino animal, desde las criaturas con los sistemas nerviosos más primitivos hasta los seres humanos que sufren adicciones”. El ejemplo es cada vez que se tiene el deseo urgente de subir una foto a Facebook (disparador), se sube (conducta) y se reciben me gusta (recompensa).
Ese proceso es lo que se va haciendo hábito, luego adicción y terminamos siendo unos idiotas, pensando sólo en nuestra satisfacción y recompensa de manera egoísta. Vamos por la vida manejando ebrios porque a eso equivale cuando vamos conduciendo un auto y escribiendo textos en WhatsApp al mismo tiempo, porque la distracción, retraso de reflejos y dispersión de los sentidos cuando vamos con el celular equivale exactamente a conducir borrachos, como idiotas.
[1]PAIVA, Alexis (2023) https://www.latercera.com/tendencias/noticia/cual-es-el-curioso-origen-de-la-palabra-idiota-y-como-se-relaciona-con-la-politica, 15 de septiembre de 2023
[2] https://www.elperiodicodearagon.com/opinion/2019/03/03/pais-idiotas-griego-46674259.html
[3] BREWER, Judson (2018) La mente ansiosa, editorial Paidós, Argentina