La medida del amor es
amar sin medida:
San Agustín
En una entrevista, el filósofo español Fernando Savater[1] afirmó que el hombre tiene tres pasiones que condicionan de alguna manera la vida: dos dependen mucho del carácter, la política y el deseo, y el amor es algo que sobreviene y que convierte la vida en destino, que lo lleva a responder que no merece la pena una vida sin amor, porque el amor hace que uno, en vez de vivir para algo, viva para alguien.
Las otras pasiones, son el poder que otorga la política y el deseo como tal que se expresa en la pasión por debajo de la emoción.
Los humanos, al ser producto del amor estamos hechos para amar. Y amar es verse en el otro, aceptarse y corregirse.
El amor como tal se da en tres direcciones: arriba, al centro y a un lado. Hay un amor hacia la divinidad, el mirar al cielo y buscar una experiencia religiosa que viene a ser un re-ligare o ligar lo humano con lo divino, que al final de cuentas es el objetivo de la religión.
El amor al centro es aceptarse, amarse para llenar el cántaro vacío y tener la capacidad de amar. Quien no se ama a si mismo, no puede amar, porque el que nada tiene, nada da. Y el otro amor, es al prójimo o próximo, al de enseguida.
San Agustín, obispo de Hipona, decía que se accede a la verdad a través del amor, por lo tanto, relacionaba la verdad con el amor, lo que eso se consolidó como uno de los pilares sólidos de la filosofía cristiana.
Pero ¿qué pasa cuando vivimos tiempos de la posverdad, que representa una “verdad” egoísta, impositiva e ideológica, podemos pensar que también estamos ya en la era del posamor como una expresión supuestamente de amor, pero cargado de egocentrismo, narcisista, utilitario y pasajero?
Una de las formas de identificar la posverdad, es como una mentira emotiva porque distorsiona la realidad, acomoda los hechos a conveniencia e interés personal y político, da preferencia a las emociones, opiniones y creencias personales, aunque existan datos objetivos y reales. O sea, es acomodar la verdad al antojo y capricho, como si se tratara de una verdad a la carta.
Así es con las redes sociales donde en un concierto o cena de negros, cada uno agrede, impone, discrimina o excluye a quien no piensa de manera similar. Se impone una “verdad” particular, caprichosa y alejada de la realidad, que llamamos posverdad.
Y si la verdad va por esos recovecos y laberintos, el amor va por una situación similar, imponiendo de manera individualista y egoísta lo que le acomode o guste que sea amor.
No hay duda de que somos producto y circunstancia de la época que nos toca vivir y la mejor muestra es la moda que impone socialmente protocolos y conductas. En la era digital, lógicamente que el impacto en la forma de entender y practicar el amor, marca prácticas.
¿Qué amamos, cómo amamos y porqué amamos en estos tiempos de internet?
Por ejemplo, muchas relaciones amorosas se establecen y se mantienen por redes sociales como si fueran un Cupido digital. Desde escarceos o flirteos amorosos hasta desengaños y fraudes amorosos. Desde la consolidación de relaciones estables a distancia que terminan en felices matrimonios hasta cortejos y seducciones -como el sexting- que usan las redes como vehículo de “relaciones sexuales virtuales”. Esto se ha disparado entre adolescentes como una forma del despertar de la sexualidad, pero a través de los teléfonos celulares.
Pero definitivamente estamos ante una nueva forma de amar o creer que amamos. El problema es que las redes sociales han incorporado el ingrediente de la mentira y como la posverdad, de la mentira emocional, porque magnificamos en el mejor de los casos el perfil en las redes sociales, pero por lo general se exagera, inventa o engaña en fotos, profesiones, situación económica o estado civil para atrapar incautas e incautos.
El amor en tiempos de pandemia generó la posverdad en el amor porque a distancia o en el anonimato se creaban falsas realidades o distorsión de la verdad. Verdaderos fraudes de promesas de amor, de impostación o simulación de fotografías con cuerpos atléticos, curvilíneos o rostros hermosos y varoniles. Esta es una novedad en las relaciones amorosas, porque siempre eran de persona a persona, de contacto físico, conociendo de manera directa a la persona real, de carne y hueso, y no de manera virtual.
Y luego, en una economía de mercado donde las reglas de convivencia nos las marca el comercio, el cupido adquiere forma de chocolates, flores y regalos ostentosos como medida del amor. Y por lo visto, se ha quedado reducido a eso con el desgastado término de la “media naranja” o “mi Valentín”, pero en el fondo no hay sustancia por la reducción a una emoción “comercializada”, motivo de globos y corazones rojos que cada se renueva con nuevos modelos y precios.
Hay otros tipos de amor que no tienen cuerpo o rostro, plataforma de red social o interés comercial o político.
Está el amor a la verdad, el amor a la sabiduría y al conocimiento que no cambian de preferencia o sentimiento, que no es infiel o egoísta.
El amor no se puede centrar solo en una persona como seres mortales que pasamos por esta vida como un tren que va bajando y subiendo pasajeros en cada estación. Aristóteles decía que el amor está compuesto por un alma habitando dos cuerpos, lo que refleja la unidad.
Hay un amor a la sabiduría que ha mantenido la filosofía, tanto en el significado de la palabra como su actitud. Filosofía significa amor a la sabiduría, filos: amante o amiga y Sophia, significa sabiduría. Los antiguos filósofos no se consideraban poseedores de la verdad o sabios, sino amigos de la sabiduría que implicaba buscarla, promoverla.
Sofía, era la diosa griega de la sabiduría en diferentes corrientes filosóficas. Algo asi como Platón en su famoso “amor platónico” no implicaba el amor físico a una persona, sino a la verdad identificada en el mundo perfecto de las ideas o modelo de las cosas.
Entonces los amores de Sophia, son los amores al conocimiento, a lo perene, a la verdad.
Aunque en estos tiempos, del mundo tangible y físico con la idealización de la figura estética, el amor se ha desviado a las cosas materiales o a confusiones al querer comparar entre el amor a una persona con el de un animal o la paradoja de defender la vida de una bestia salvaje por encima del derecho de nacer de un ser humano.
La frase de feliz día del amor y la amistad es como felicitarnos por ser humanos. Tal vez deberíamos preocuparnos por desechar la cultura de la muerte y del odio. Somos productos del amor y estamos hechos para la felicidad.
[1] PEÑAS, Esther (2024) “El amor es algo que sobreviene y que convierte la vida en destino”, Ethic, 7 de febrero de 2024, España