Es una señora que no pasa de moda ni se le notan las arrugas ni las “patas de gallo”. Al contrario, se renueva cada vez más conforme pasan los años y luce mejor: más actual, con mayor capacidad de temas que compartir, pero, sobre todo, tiene mucha demanda de ser vista.
No ha perdido su fuerza de seducción. Al contrario, nuevo maquillaje y cirugías técnicas y estratégicas la mantienen activa e influyente. Tenerla enfrente es de llamar la atención porque nos atrae poderosamente como un imán.
Y vaya si le gusta ser vista. Su vanidad le ha llevado a ser el centro de atención de los que habitan una vivienda. Si es afuera, también pretende que la vean y la escuchen. Los años de experiencia y madurez le han permitido dominar con destreza y habilidad muchos temas, por extraños o raros que parezcan.
Su transformación es asombrosa. Hace apenas unos años lucía sobria, a veces parecía que iba a un velorio porque se cargaba con ropas demasiados blancas y negras. Sus movimientos pausados y moderados les ganaron respeto, pero al cabo de unos años, la señora “se soltó el pelo”, ha adoptado colores vivos, alegres y a veces chillantes, como si se trata del arco iris, pero también es extraño que todavía mucha gente le tenga respeto a pesar de lo vulgar que se ha convertido.
Una mala palabra en boca de la señorona resultaba plebeya y corriente, pero lo recatado se le esfumó y ahora promueve la vulgaridad, usando sin motivo alguno, albures de mal gusto, palabras “altisonantes” o exhibe sus faldas cortas y atrevidas hasta delante de menores de edad que pueden verla a cualquier hora del día y de la noche, porque la señorona le ha dado por ser demasiado exhibicionista y protagonista.
Si antes era cuidadosa y cauta en su hablar, hoy es ducha en intercambio de albures, palabras o señales de doble sentido y por supuesto muy descarada. Varias veces le han llamado la atención, pero no pasa nada porque es la reina de los hogares y nadie es capaz de sacarla a la calle o silenciarla.
Goza de fama porque ha logrado entretener y seducir a niños y jóvenes; no se diga de adultos y personas mayores. Esta señorona es amena cuando platica penas y éxitos, además de que se sabe la vida privada de los demás. Sería incorrecto e irreverente llamarle chismosa, pero tiene orejas de marrano para saber cómo viven, aman y odian los demás. Oye todo, se entera de todo o lo exagera. Dicen que la argucia de la señorona de enterarse de vidas ajenas es porque tiene muchos “contactos” y soplones o “halcones” como les dicen a los informantes de los narcos.
Ha logrado ser el centro de atención en todas las viviendas, recibe a los amigos y familiares, entretiene a las visitas. Esta señora de la casa entiende de dramas e infidelidades, de frustraciones y éxitos porque la experiencia de tantos años le ha hecho ser empática y se pone en los zapatos de quienes la escuchan para extraerles con gran habilidad sus secretillos. Y luego, los despepita a los cuatro vientos.
Su estrategia de hacer público lo privado o de contar las vidas íntimas con morbo, lejos de censurarla, recibe la aprobación de sus oyentes. Ha desarrollado esta señorona la habilidad de ir hilvanando o destejiendo famas hasta de manera seriada. Un día nos cuenta un chisme, pero no lo termina para que al día siguiente volvamos a buscarla para que nos siga platicando. Nos encadena por la curiosidad y segmenta su plática en partes para dejarnos “picados”.
Tal vez podríamos llamarle magia, brujería o hechizo. Lo que sí se sabe es que cuando empieza a platicar nos envuelve en un estado de hipnosis que perdemos la noción del tiempo, podemos durar horas con los ojos puestos en la señora.
Su presencia se nota en la sala o en pequeños cuartos habilitados con cómodos sillones porque ahí, la señora se acomoda mejor. A veces nos ofrece botana y algo de tomar mientras la escuchamos. Obvio, porque ella solo platica, llora, ríe, nos cuenta historias falsas o medio verdaderas y no nos deja contestar ni dar nuestro punto de vista. Le gusta que estemos atentos a su conversación. Son monólogos sin oportunidad de contestarle o mostrar nuestro desacuerdo. Y luego argumenta que calladitos nos vemos mejor. Y si, logra mantenernos sin hablar, con el ojo pelón atento a sus gestos y ademanes.
Cuando empieza a platicar sus vivencias, atrapa porque recrea situaciones como si fueran reales y nos embelesa con sus historias, porque habla de situaciones humanas donde las emociones y pasiones estallan para el deleite público. Y las pasiones o miserias humanas le encantan para lograr nuestra atención.
A los niños, desde muy pequeños, los trata como si fuera una niñera o nana a quienes dejamos encargados para que por horas los entretengan con una disciplina férrea de estar viéndola a los ojos. Les exige una atención celosa y posesiva. Y claro, los tiene apantallados.
Muchas vecinas se han quejado de la conducta de la señora porque infiere en asuntos de las parejas al convertirse en motivo de discusión. Como tercera en discordia, ha separado matrimonios hasta de dormir juntos por sus intrigas y provocaciones a ver quién tiene mejor control de su relación. Quiere que el señor de la casa la escuche a altas horas de la noche, lo que lógicamente no es del agrado de la esposa del señor o el señor prefiere taparse los oídos y los ojos para no saber nada de la señorona, mientras que a otros los arrulla con su melodía y variedad de asuntos que dan calma a sus oídos.
En una ocasión, un pequeño grupo del vecindario la acusaron de ladrona del tiempo, porque no descansa de sus habladurías recordando que se había creado la fama de que sus intervenciones en el hogar eran para unir a la familia y el resultado ha sido lo contrario, con sus chismes y rumores ha desunido y destruido familias por sus pláticas sin recato, vulgares y banales. Antes decía que sus pláticas eran edificantes y culturales, pero ha terminado con cuentos absurdos usando lenguaje e ideas para retrasados mentales en muchas de sus conversaciones.
Pero aún asi, sigue siendo la señora de la casa, la señorona que apantalla a quienes la conocen y ven seguido; ahora ha salido a la calle y la cargamos con nosotros a todas partes. La vemos y escuchamos a todas horas y ha logrado meterse en nuestras vidas y relaciones. Nos actualiza de las novedades del vecindario, de los últimos chismes o tropiezos, de los unos que les gustan otros o de unas que les gustan otras como si la sexualidad íntima fuera de interés público.
Y le dio también por participar en la política a esta señorona y se contrata -como prostituta ideológica- a gobiernos y algunos políticos para repetir las mentiras, incongruencias y promesas absurdas. También le ha dado por organizar juegos entre el vecindario para encerrarlos y espiarlos desde los ángulos más indiscretos con el morbo a flor de piel, ver qué comen, qué platican, cómo hacen del baño y conocer su confesiones o secretos. Todo un show de lo privado e íntimo para una sociedad del espectáculo, confundiendo y engañando a niños con sus juegos de que él puede ser ella o ella puede ser él.
Y luego, les ofrece premios por exhibirse ante el vecindario sin ningún beneficio salvo ganar en un negocio del escándalo. Eso es la señorona que apantalla.
Esta señorona que apantalla está en las pantallas de la televisión, de los celulares, computadoras, iPad, iPod, videos juegos. La fuerza de la imagen es la palanca que mueve al mundo y la televisión ha renovado su influencia, seducción y dependencia.
La señorona que apantalla es la señora televisión.
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El filósofo griego Platón, por el año 387 antes de Cristo, cuando no existía electricidad, ni medios electrónicos o internet, enseñaba a base de alegorías o mitos las ataduras o formas de liberarnos para lograr el conocimiento.
Es famoso su mito de la caverna donde mostraba a un grupo de personas atadas viendo hacia el fondo de una gran caverna figuras que desfilaban delante de ellas. Las figuras eran cargadas por hombres que las movían de un lado a otro y se proyectaba por efecto de una gran hoguera. Era la forma de Platón para mostrar que lo que aparenta ser realidad es un reflejo manipulable y engañoso.
Los hombres de la caverna estaban condenados a tener la vista hacia el frente del fondo de la caverna donde danzaban las figuras. Eran esclavos de la visión y afuera de la caverna estaba la libertad y el sol, el conocimiento y la verdad. No todos lograban escapar.
Esa alegoría de la caverna es como se concibe en pleno siglo XXI el efecto de la televisión. El fondo de la caverna es la pantalla donde danzan figuras que son manipuladas por hombres frente a la hoguera o proyector. Hombres engañando a otros hombres, falseando la realidad, alterando la verdad y esclavizando nuestra atención, visión y cerebro.
Platón predijo hace siglos lo que ahora la señorona de la televisión hace por deslumbrarnos con sus pantallas y someter nuestro juicio y razón para convertirnos en homo videns, hombres que solo vemos y no razonamos.
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