Ningún inicio de sexenio es fácil y algunos, en cambio, francamente complicados. Miguel de la Madrid recibió el país en quiebra por los desvaríos de López Portillo en la última etapa de su gobierno, prometió abundancia y nos legó la peor crisis financieras de las últimas décadas; Salinas asumió con la economía encaminada correctamente, la supo resolver bien y pronto pero hacia el tramo final se negó a devaluar la moneda, desplante soberbio que contribuyó a los errores de diciembre, otra gran crisis. Durante la ventana democrática los relevos transcurrieron estables: de Zedillo a Fox, de Fox a Calderón, de Calderón a Peña y de Peña a López Obrador, los cuatro en aceptables entregas republicanas pese a las diferencias partidistas.
López Obrador recibió un país estable, sin dificultades y, paradójicamente, con él regresaron los traumas, severas taras políticas y administrativas que complicaron el primer año de la presidenta Claudia Sheinbaum. Dejó una herencia maldita expresada en cuatro hechos objetivos: corrupción institucionalizada al más alto nivel, Segalmex y huachicol fiscal las grotescas muestras. Impúdica complicidad con los grupos criminales expresada en los abrazos y no balazos cuyo saldo fueron 200 mil muertos, una cantidad indeterminada de desaparecidos, amplias franjas del territorio nacional en control del crimen y la guerra en Sinaloa. La deuda pública, como nunca en la historia nacional, pasó del 2.1 al 3.5 por ciento del Producto Interno Bruto, creciendo en promedio 13 por ciento anual según Hacienda (una locura). Y los sembrados obradoristas en el gabinete presidencial, las cámaras legislativas y los gobiernos estatales que atan de manos a la presidenta.
Lo que debería ser una transición serena quedó trastornada por las ambiciones del expresidente, obsesionado con cuidar “el legado” que ponga su nombre en la parte superior del Altar de la Patria. Así empezó Claudia Sheinbaum, cargando el pesado fantasma del ex. Tres meses y medio después, 20 de enero, otra complicación; el arribo de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, con la guerra de aranceles, las groserías del narcoestado y, desde que protestó el cargo, una narrativa insidiosa y vulgar que desacomodó los planes de la Presidenta. A partir de Trump la agenda pública del gobierno mexicano quedó determinada por los intereses norteamericanos, llegando a insinuar, siguen insinuando, sobre intervenciones militares en territorio nacional. Esa presión catalizó la confrontación interna del régimen y generó la percepción de una Presidenta debilitada e incapaz de asumir por sí misma la conducción del país.
En política interna las grietas del régimen quedaron evidenciadas a los seis meses, cuando el Departamento de Estado norteamericano retiró la visa a la gobernadora de Baja California. Al trascender la noticia Sheinbaum reaccionó guardando distancia, días después se hizo un video junto a la gobernadora donde entonaron el es un honor estar con Obrador, generando la idea de que la obligaron. Poco después conocimos las filtraciones en importantes medios estadounidenses, de lo que llegó a ser conocido en México como “la lista Marco”. Eran avisos de Trump, a través de su secretario Marco Rubio, manifestando insatisfacción con las concesiones de Sheinbaum a sus exigencias de combate a los grupos criminales. Desde entonces las presiones siguieron y siguen hasta el momento, no pasa una semana sin que algún vocero de la Casa Blanca recuerde las complicidades del gobierno mexicano con organizaciones criminales o exijan mayor compromiso en la guerra comercial con China.
La disputa interna alcanzó uno de sus máximos momentos cuando el general Miguel Ángel López Martínez, entonces comandante de la 30 zona militar en Tabasco (ya lo cambiaron), denunció en junio pasado que Hernán Bermúdez huyó del país por una orden de aprehensión girada el 14 de febrero previo (¿la fecha es casual?) y profundizó con la investigación del huachicol fiscal, cuyo epicentro es la Marina. Esas denuncias llevaron hasta el paroxismo las diferencias entre Sheinbuam y López Obrador, convirtiéndose a partir de ese momento en una feroz lucha por el poder entre ambos. Concluya usted, en el centro de la orden de aprehensión contra Bermúdez están el que fuese gobernador de Tabasco, secretario de gobernación en el sexenio pasado y aspirante a la presidencia del país, al que López Obrador llama “mi hermano”, hoy cuestionado coordinador de los senadores oficialistas, y como sospechoso del huachicol Rafael Ojeda, secretario de Marina, la institución más respetada por Estados Unidos, hasta entonces. Ambos nombrados directamente por el expresidente. De una visa retirada a la oscura gobernadora de Baja California, la escena del pleito se trasladó hasta el número dos en el gobierno anterior, uno de los políticos más influyentes del populismo, y el mando mayor en la Marina. Así evolucionó la confrontación en el curso de sólo dos meses, con los episodios posteriores ampliamente conocidos.
En esas transcurrieron los primeros doce meses de la Presidenta, siguiendo partituras externas impuestas por dos voluntades ambiciosas de perfil sicópata que la mantienen asfixiada. Nunca pudo gobernar a satisfacción propia, con Trump logró transitar los primeros meses haciendo gala de “mente fría”, jamás confrontarse, y cediendo en todo menos en la entrega de narcopolíticos señalado en la lista Marco. Con López Obrador uso una estrategia muy del PRI; en la narrativa pública rindió y rinde reconocimiento admirable al expresidente a riesgo de ser tenida por Juanita, en lo privado permite o instruye golpeteos contra los más influyentes y próximos al ex, el junior y Adán Augusto como ejemplos. Con ninguno de los ogros que alimentan sus pesadillas ha quedado bien del todo; a Trump lo torea como va pudiendo, a López Obrador lo adula mientras intenta someter a sus cercanos.
Con todo, en esa doble batalla que marcó su primer año, Claudia Sheinbaum Pardo va logrando, arrancándose girones de piel, afianzar su gobierno. Hoy Trump está más concentrado en Gaza y en Venezuela que en México y frente a López Obrador ha ganado terreno de dos maneras claras; la lucha contra los grupos criminales y el debilitamiento de sus adversarios internos. Podría ser tomado por sus detractores como poca cosa, pero dadas las circunstancias es un primer paso hacia ser ella misma. Por lo demás no hay en su gobierno nada digno de tomar en cuenta, sino la capacidad y temple para sortear aguas turbulentas sin morir ahogada.
Si algún momento específico define a la Presidenta Sheinbaum en su primer año de gobierno, es la imagen del desdén. En el zócalo, celebrando uno de sus eventos estelares,
la menospreciaron groseramente las figuras más destacadas del régimen, todas vinculadas al ex obstinado en permanecer. Simulando distracción le voltearon la espalda y ella, desconcertada, intentó advertir de su presencia tocando con su brazo al junior que meses después confesaría estar extenuado. Una pandilla de groseros ensoberbecidos atropellan su investidura y ella careció de dignidad para ignorarlos, pasando de largo sin mirar de reojo, también fingiendo que no los vio. En el corte general es triste observar que la primera presidenta en la historia del país cerró su primer año entre dos voluntades masculinas, ominosas presencias dominantes, que modelaron su gobierno.












