HOUSTON, Texas.- La crisis recurrente en Irán desde el arribo del Sha en 1941 y reforzado su gobierno con el golpe de Estado organizado por la CIA en 1953 contra el primer ministro elegido por democracia, Mosaddegh, ha tenido un tufo a petróleo. De acuerdo con seguimientos de especialistas las reservas mundiales de petróleo son de 1.7 billones de barriles, 71% en países de la OPEP controlados por los radicales árabes y 47% en países del Golfo Pérsico.
De 145 países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, los EE. UU. tienen conflictos militares, estratégicos y geopolíticos con once. En los sesenta y setenta los EE. UU. controlaban a la OPEP a través de Arabia Saudita, el principal socio geopolítico de la Casa Blanca en el Medio Oriente, quizá al mismo nivel de intereses que Israel, a partir del dato de que Arabia Saudita es el segundo país con reservas petroleras del mundo con 260 mil millones, con Venezuela en el primer sitio por sus 300 mil millones barriles. E Irán ocupa el cuarto lugar con 150 mil millones barriles
En este contexto, el ataque de los EE. UU. contra el principal general iraní Qasem Soleimani no fue una locura de Donald Trump y sí se inscribió en uno de los principales puntos de la reelección del presidente, toda vez que el tema migratorio ha ido perdiendo interés en la sociedad estadunidense. Relacionar guerra con petróleo y de ahí vincularlos al terrorismo radical musulmán significa en los EE. UU. escasez de gasolina, inflación, problemas financieros y el fantasma del 9/11 del 2001.
Con la crisis con Irán de nueva cuenta, la Casa Blanca –con el actual inquilino, pero también con otros anteriores– abre la agenda del Estado de seguridad nacional: los EE. UU. sólo son garantes de la paz en tanto que usen la guerra imperialista para sostener un orden financiero de exacción de otros países que se conoce como american way of life o modo de vida americano: el confort. Con el ataque a Irán Trump probablemente se haya adelantado a algún ataque terrorista iraní, pero en el fondo sólo ha refrendado el hecho de que los EE. UU. son una nación imperialista y que su eje de funcionamiento es la seguridad nacional del confort de sus ciudadanos, a costa de explotar y saquear a otros países.
La nueva estrategia moderna de seguridad nacional de los EE. UU. fue definida por el presidente republicano George W. Bush en septiembre de 2002 y al calor de los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York, pero avalada por el Congreso estadunidense y con el apoyo de los senadores demócratas Hillary Clinton y Barack Obama. Esta estrategia permitía atacar a los países patrocinadores del terrorismo, con el propósito de alejar los actos de violencia civil del territorio estadunidense y evitar otro 9/11.
En diciembre de 2017, a un año de haber ganado las elecciones, el presidente Trump aprobó la Estrategia de Seguridad Nacional de los EE. UU. donde refrendó los temores estadunidenses a las acciones terroristas de Iraq y Siria, pero dejando entrever también riesgos en Afganistán, Pakistán y sobre todo Irán por su prioridad nuclear.
En el punto 1.2 de la Estrategia se dejó claro que los EE. UU. iban a perseguir a terroristas yihadistas y organizaciones criminales transnacionales (cárteles del narcotráfico) hasta los países que los patrocinan o les dan refugio. Ahí se localizan las acciones de la Casa Blanca contra Irán, Irak y Siria y la permanencia de tropas en Afganistán y las amenazas contra México, Venezuela y Colombia por darle espacio físico a los cárteles que trafican droga hacia los Estados Unidos sin control por las autoridades.
El ataque ordenado por Trump contra el general Soleimani tiene, cuando menos, un marco referencial estratégico. Y, al mismo tiempo, centra la campaña presidencial en el tema del terrorismo yihadista latente, a fin de centrar la atención electoral en las amenazas de seguridad contra la sociedad norteamericana, no en temas internos como riqueza, pobreza, impuestos y crecimiento económico, temas éstos últimos de interés demócrata.
En la lógica de seguridad nacional de la comunidad geopolítica estadunidense, los alejamientos de los EE. UU. de la vigilancia internacional suelen ayudar a fortalecer a los religiosos radicales. Asimismo, con habilidad política, Trump encareció el intento de juicio en su contra por representantes demócratas por sus sospechas de negocios del exvicepresidente Joe Biden, principal precandidato estadunidense a la presidencia, con países adversarios de los intereses de los EE. UU. El juicio está basado en la llamada controversia Trump-Ucrania y sólo como dato a registrar el martes estalló un avión ucraniano al despegar del aeropuerto de Teherán, sin que se tengan hasta ahora identidad de los pasajeros que murieron.
Los EE. UU., pues, se mueven en los escenarios de un Estado de seguridad nacional.
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