Mucho revuelo ha causado la condena en contra de Genaro García Luna. En calidad de coacusados, por lo menos de manera implícita, Felipe Calderón y el PAN se hallan en el centro del debate público.
MORENA y sus huestes, con el Presidente Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, han festinado la nota hasta el hartazgo; se relamen los bigotes y, con dedo flamígero, acusan a diestra y siniestra a todos aquellos que en forma directa, o de refilón, se encuentran vinculados al caso.
Tras la brutal embestida, no faltan los tarados que de buena o mala fe, con buenas o malas razones, se hacen eco de ese barullo y empiezan a escribir a tontas y a locas, con lo que le hacen el caldo gordo a la horda de críticos.
Algo he leído sobre el narcotráfico en México, escribí una novela incluso (Chihuahua: Comenzar a Morir[1]), y definitivamente encapsular el caso García Luna resulta de suma estupidez. García Luna no es un hito ni tampoco un antes o un después. La mentada sentencia constituye solamente una capítulo, otro más, en esa historia que se remonta a principios del siglo pasado y continúa hasta nuestros días.
La historia señala a Lai Chang Wong, un inmigrante chino que desde Hong Kong llegó a México en 1911, como uno de los precursores del cultivo de la adormidera en Sinaloa. Médico de los revolucionarios del noroeste durante años, una bala lo dejó baldado, pidió licencia y se instaló en Eldorado, pueblo cercano a Culiacán. Debido a sus años en la milicia y sus afanes en la medicina de guerra, José Amarillas se mudó y tras vagar durante semanas, se asentó en San José de la Puerta, comunidad aledaña a Badiraguato, donde se hizo fama de “curandero” taumaturgo. Como escribí en la novela: “Para elaborar sus mejunjes, José Amarillas llevaba un pequeño huerto donde cultivaba col, rábanos, lechugas, tomates y… amapola. Para 1940, cuando los norteamericanos vinieron a tocarnos la puerta con su encargo de ababol asequible a buen precio, ya estábamos aviados, las redes de contrabando, el comercio establecido de amapola, la clandestinidad contumaz y una inagotable sed de dinero, se habían vuelto compañeros inseparables”.
Pasaron los años y por fin, un día, los gringos dejaron de necesitar la amapola mexicana y le ordenaron a nuestro gobierno que pusiera fin a la producción; desde 1975 dio comienzo la “Operación Cóndor”, una violenta campaña para aniquilar los extensos sembradíos de mariguana y amapola de la Sierra Madre Occidental. Los mismos que el propio gobierno, coludido con elestadounidense, había fomentado tres décadas antes. Como también escribí: “En una acción tras otra, helicópteros artillados volaban rasantes, fumigaban las plantaciones con defoliantes, cubriéndolos con una apestosa nube color naranja —el paraquat—y ametrallaban desde el cielo a los campesinos indefensos: ‘de 1970 a 1976, según los informes oficiales, se destruyeron más de 65,000 plantíos de adormidera y más de 46 mil de mariguana, 4,980 de opio, 1,142 kgs. de heroína, 76,898 kgs. de morfina, 1,180 kgs. de cocaína, 1,100 kgs. de haschisch, más de 92 millones de comprimidos conteniendo sustancias psicotrópicas y 3,152,353 kgs. de mariguana seca. Se detuvo a más de 18,000 individuos, de los que por lo menos 2 mil eran extranjeros’”.[2]
A finales de 1977, el capo Félix Gallardo recibió en su casa playera, situada en Altata, a su futuro socio, José Gonzalo Rodríguez Gacha, colombiano de nacimiento —apodado “El Mexicano”, por su afición, vaya uno a saber el orden, a los caballos, a las pistolas, a los gallos, al tequila, a los mariachis y a las mujeres hermosas—; al tanto de su afición por las tradiciones mexicanas Félix Gallardo le dio por su lado al mexicano de mentiras, y lo agasajó con música de mariachis, ríos de tequila y una riada de mujeres guapas. Por la tarde, pactaron el paso de la cocaína procedente de la lejana Medellín por el territorio dela República con rumbo a los Estados Unidos. Como escribo en mi novela: “En ese preciso momento comenzó todo (…) Ese es el Big Bang del narcotráfico en México, el que congrega a los ángeles y demonios del país entero, el que reúne en un solo coctel tóxico a empresarios, financieros, políticos, fuerzas del orden, criminales internacionales y dinero, mucho, mucho dinero. Carretadas de dinero”.
Exactamente cuarenta años después, los efectos colaterales de esa operación se dispararon: No solamente cientos de militares que desertaron del Ejército (fuerzas que fueron formadas por el gobierno para localizar, aprehender o ejecutar narcotraficantes en forma sumaria, cuyo entrenamiento se realizó en la Escuela de las Américas en Estados Unidos), sino los cientos de miles de asesinatos durante tres sexenios.
Relato en mi novela: “‘Los Zetas’ saltaron a la vida pública a finales delos años noventa (…) Un grupode militares de élite desertó y sus integrantes fueron reclutados para operar con el carácter de milicia privada al servicio del cártel del Golfo. Las fuerzas de los que desertaron pertenecían al grupo aeromóvil de fuerzas especiales (GAFE), el grupo anfibio de fuerzas especiales (GANFE) y la brigada de fusileros paracaidistas (BFP)”.
Continuará…