Perder el Estado de México no era opción. A pesar de su imagen desgastada por los repetidos escándalos de corrupción del sexenio, y ante la perspectiva cada vez más nítida de una derrota electoral en 2018, el presidente Enrique Peña Nieto y sus cercanos no estaban dispuestos a dejar que el bastión histórico del PRI, región donde nació el Grupo Atlacomulco al que pertenecía Peña Nieto y su clan, cayera en manos de sus rivales políticos.
El PRI y el gobierno federal desplegaron todas sus herramientas para asegurar el triunfo del priista Alfredo Del Mazo Maza, primo del mandatario, hijo y nieto de exgobernadores de la entidad, y convirtió la campaña en una elección de Estado.
Previo a los comicios, Peña Nieto envió a integrantes de su gabinete casi a diario a la entidad con la encomienda de hacer proselitismo para su gobierno. En más de 90 visitas públicas a municipios mexiquenses, los secretarios encabezaron acciones de propaganda: distribuyeron tarjetas de prepago, costales de fertilizantes, uniformes escolares, viviendas sociales o títulos de propiedad, y externaron promesas de construir nuevos hospitales y escuelas, con un incremento de 12% a los gastos federales de infraestructura social para ese año, de acuerdo con un reportaje de Mathieu Tourliere publicado en Proceso.