La semana pasada, la entonces secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero, renunció a su cargo para reincorporarse a su escaño en el Senado. Se especuló en su momento que iba al Senado, enviada por el presidente, debido a las diferencias cada vez más evidentes entre López Obrador y el jefe de la mayoría parlamentaria en esa Cámara, Ricardo Monreal.
En realidad, no creo que la salida de Sánchez Cordero de Gobernación se deba a eso. No se tapa un hoyo destapando otro. Si Sánchez Cordero hubiera asumido su responsabilidad en Bucareli, quizá la distancia entre López Obrador y Monreal sería menor, pues finalmente Gobernación es responsable de la relación con los otros poderes. Sin embargo, desde el momento que asumió la responsabilidad de la conducción de la política interior, Sánchez Cordero demostró de qué está genuinamente hecha. Además, resultaría de risa que al presidente le interesara más incidir en el Senado que en un ministerio de su propio gobierno.
En relación con su paso por Gobernación, mucho se dijo de Sánchez Cordero a partir de su salida: que fue la primera mujer en esa posición, que rompió el “glass ceiling”, que ha ocupado posiciones en los tres poderes, entre otros comentarios haciendo apología de su carrera. Es innegable que Sánchez Cordero es una mujer que ha roto toda clase de paradigmas. Sin embargo, su desempeño en cada una de las carteras que ha ocupado es algo digno de analizarse.
Integrante de una familia de notarios de la Ciudad de México (donde su esposo, hijos, cuñados, entre otros familiares lo son), Sánchez Cordero fue la primera mujer notaria de la Ciudad de México. Es un logro digno de destacarse. Posteriormente, fue nombrada ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en aquella reforma promovida durante el gobierno de Zedillo, se dice que por la relación de amistad que mantenía con la esposa del expresidente. Sin tener antecedentes en materia de derecho constitucional, Sánchez Cordero ocupó esa magistratura por décadas.
Resulta vergonzoso advertir su posición en temas polémicos como el amparo concedido a Florence Cassez. Siendo ponente, su proyecto iba encaminado a negar el amparo a la ciudadana francesa. Posteriormente, al ver la posición de la mayoría de sus compañeros ministros (o de recibir presión gubernamental), cambió su proyecto dando un giro completamente opuesto a la posición originalmente adoptada. El propio Genaro Góngora Pimentel, en una entrevista dada a Carmen Aristegui, hablaba de la sumisión de Sánchez Cordero hacia el poder, y su evidente falta de independencia.
Posteriormente, concluye su período como ministra de la Corte (en noviembre de 2015). La Constitución establece que no podrán ser diputados o senadores los exministros de la Suprema Corte, en un período de tres años desde que salen de la Corte. Sin embargo, Sánchez Cordero violó la Constitución al asumir su posición como senadora el 1 de septiembre de 2018, es decir, menos de tres años después de haber estado en el Tribunal Constitucional. Quien fuera garante del respeto a la Constitución, la violaba.
Después asume Gobernación. Su paso fue gris, con momentos de mayor titubeo y conveniencia política, como aquella vez que le dijo al gobernador Jaime Bonilla que para ella, la ley (la caprichosa intentona de extensión de mandato del gobernador) iba a “pervivir”.
Más que un ejemplo para otras mujeres, Sánchez Cordero representa un ejemplo de la conveniencia política, la falta de congruencia, el oportunismo, y la sumisión al poder. A donde ha llegado, nunca ha llegado a servir. No se trata de estar por estar, sino de genuinamente hacer el cambio y dejar huella en las posiciones que se ocupen.