Existen eventos que, para bien o para mal, cambian el rumbo de la humanidad
Existen eventos que, para bien o para mal, cambian el rumbo de la humanidad. La crisis sanitaria actual que azota al mundo entero nos ha cimbrado profundamente y tiene en jaque a grandes y pequeños países, ricos y pobres. Lo que al inicio algunos insensibles catalogaron como “enfermedad de ricos”, ahora mismo está llegando a los barrios y colonias humildes, en el mundo ha provocado que miles de hogares se cubran de luto, y nos ha hecho cuestionarnos seriamente acerca de cada uno de los propósitos que nos hemos fijado en nuestro plan de vida.
Ahora mismo se vienen develando características generosas propias del género humano, como la solidaridad, y nos encontramos no únicamente con personas que tienen una gran necesidad sino también aquellas que tienen un gran corazón, empezando por el personal médico de las instituciones públicas, que se mantiene firme y leal a su juramento hipocrático, basado en la ética, la bondad y el servicio al prójimo.
Pero también ha provocado un injusto sentimiento discriminatorio catalizado por la desinformación y el mezquino oportunismo político de unos cuantos, lo cual nos obliga como humanidad a cerrar filas y atender exclusivamente todos y cada uno de los lineamientos de las autoridades sanitarias.
Hoy nos damos cuenta de que al igual que el galgo que corre tras una liebre que nunca alcanzará, hemos corrido infatigablemente en la búsqueda de hacer posible el cumplimiento de cada uno de nuestras metas, y hemos estado dispuestos a pagar el precio más alto por tal fin; nuestro resto ha sido apostado en el juego infructuoso de la vida.
Quienes hoy están en casa, pero también quienes por la naturaleza del encargo que nos toca cumplir debemos continuar con nuestras labores cotidianas, es nuestro deber fortalecer los lazos amorosos, muchas veces desgastados por nuestra ausencia del entorno familiar; en casa descubrimos fotografías olvidadas y cartas no leídas de un pasado lejano, el balance de nuestro diario actuar con nuestros hijos, padres, hermanos, pareja, amigos, etc.
Seguramente a usted como a mí, el recuento total nos ha causado gran desencanto, porque nos arroja más pérdidas que ganancias. Con azoro total vemos que los hijos ya no hablan tanto con nosotros como cuando eran niños, los padres y madres esperan con ansias aquella promesa de que los hijos mayores los lleven al teatro, al cine, a cenar o, al menos, dedicarles tiempo de calidad para escuchar sus anécdotas y vivencias de un pasado añorado. Las parejas tienen un atuendo nuevo; hace dos o tres años que espera estrenar cuando salgan a bailar y nuestros amigos recuerdan que la última vez que nos reunimos fue hace varios meses o quizás años. Hoy me apena tanta negligencia de mí para ellos y veo con claridad de cuánto me he perdido.
Seguramente hubo días en que mis hijos esperaron inútilmente que llegara al festejo de su cumpleaños o para celebrar el gol que los llevó al triunfo en aquel partido que nunca pude ver, o el turno al bat de un partido de béisbol entre semana. Mi madre y mi hermana esperaron por años que saliéramos juntos a disfrutar de una tarde por la playa. Hoy, en esta pausa que nos ha dado la vida, lamento cada historia perdida y cada cuento que no conté a mis hijos antes de ir a la cama; lamento también no haber disfrutado de tantos bellos atardeceres y de aquellas hermosas noches con luna llena que no disfruté porque fui sordo al llamado de la felicidad, que tocó muchas veces a mi puerta sin ser escuchada.
Ahora, aunque llego un poco tarde, quiero capturar algo de lo mucho que se fue y he empezado por llamar a mi hermana, pude conversar con ella y más tarde me puse a orar por mis padres; este fin de semana jugaré y veré películas con mis hijos y a todas aquellas personas que se han cruzado en mi vida con amor, aunque no puedo salir a convivir, las miraré a los ojos y les diré cuánto las quiero; mis amigos tendrán que esperar, pero les haré saber que aunque la distancia nos separe, ellos forman parte importante de mi vida.
Ya vendrán días en que podamos volver a dar no uno, sino mil abrazos a quienes tanto amamos. Podremos vernos juntos de nuevo y celebrar la vida, reiniciaremos las veladas, leeremos de nuevo el Quijote con nuestros hijos, haremos tareas, curaremos cada herida que causamos con nuestro olvido y ausencia a nuestros seres queridos.
Esta crisis hoy nos brinda la oportunidad de rediseñar nuestra vida y corregir graves errores. Uno de ellos es, sin duda, el grave daño que le hemos causado a nuestro planeta; podemos ver que la naturaleza empieza a reclamar el terreno perdido, las gaviotas caminan libremente por la playa, los ciervos corren despreocupadamente por las avenidas de las grandes ciudades, algunos ríos y mares han retomado su prístina transparencia, nos conmueve voltear los ojos al cielo y ver los miles de estrellas ante una atmósfera que ha limpiado su rostro y que de día nos alimenta el azul de su cielo, y de noche da cierta tranquilidad con la brillante luz de la luna y los luceros; la tranquilidad de la ciudad hace perceptible a nuestros oídos el canto de los pájaros y el ladrido de los perros, aún a la distancia.
Todo lo anterior nos muestra que el depredador más terrible es el hombre; tenemos que revisar nuestra conducta para con la Tierra y bajar los niveles de contaminación que han causado serios estragos en el aire, las montañas, el desierto, el mar, los ríos y todo lo que nos rodea.
Cuando pase todo, salgamos a festejar plantando rosales y pinos en vez de cortarlos con motivo de la navidad. Vayamos a la playa para escuchar la voz del mar y el canto de las olas, subamos por la montaña y al llegar a la cúspide podremos decir entonces: ¡Realmente existe la fraternidad!
Para bien de todos, sellemos el compromiso de ser mejores personas de lo que éramos antes de esta dolorosa pandemia.
Dentro de algunos meses se abrirán nuevas oportunidades y grandes desafíos, comencemos una nueva historia; que los retos nos obliguen a dar el mayor esfuerzo para lograr una recuperación económica, social y familiar. Y también, en un nuevo planteamiento, para que a nivel mundial se fortalezcan las políticas económicas y sociales dirigidas a abatir otro virus, el de la pobreza.
Vienen días difíciles pero este aislamiento seguramente nos estará fortaleciendo y renovando como ciudadanos, sin duda un nuevo tipo de convivencia vendrá, mucho más fraterna y humana.
Brindo por la esperanza de un mejor mañana y por un México que salga más fortalecido de esta terrible crisis mundial, pero sobre todo brindo porque la salud retorne a nuestros hogares, que el género humano redescubra valores esenciales como la solidaridad, cooperación, colaboración y ayuda mutua. ¡Salud!