Reflexión semanal
Todos entendemos de antemano lo que es una cicatriz. Es un “parche” de piel que crece sobre una herida. Se forma cuando el cuerpo se cura después de una cortadura, un raspón, una quemadura o una llaga, una cirugía donde, infecciones como la varicela o afecciones de la piel, como el acné. Y hay cicatrices que con el tiempo de borran, pero otras nos acompañan durante toda la vida. Lo que sí es cierto, es que cada cicatriz tiene una historia. En ocasiones puede causar pena o dolor recordar su historia. Se puede tratar de ocultarlas con maquillaje, o taparlas con alguna prenda.
Estoy hablando de las cicatrices físicas, pero hay cicatrices emocionales, de las que no se ven, pero sí se ven. No se ven porque son heridas que se llevan por dentro, en el corazón. Se ven porque se manifiestan en tu forma de hablar, en la manera como tratas a las demás personas, en la manera como reaccionas ante ciertas circunstancias de la vida, ya sea con dolor, rabia, tristeza, lagrimas, amargura, coraje, etc.
Muchas veces tratamos de ocultarlas con una máscara de falsa felicidad, le pones “selfie con filtros” a la vida. Pero los selfes no muestran quien realmente es la persona. La verdadera persona se encuentra atrás de los “filtros” Y siempre al pensar en esto recuerdo la obra del Fantasma de la Ópera, su protagonista se caracteriza por esconder su rostro desfigurado tras una máscara blanca.
Ahora, vivimos en un mundo bastante peligroso. Muchas personas hoy sufren en silencio que llevan cicatrices de las que no se ven. Hay cicatrices del pasado, del abuso, de la violencia, la pobreza, del rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. Detrás de cada cicatriz hay una historia de dolor y, asociado a él, un claro recuerdo de lo sucedido.
Lo bueno de todo esto es que a Dios nuestras cicatrices no lo espantan, Su amor es más profundo que ellas. Dejemos, pues, de tratar de ocultárselas. De todos modos, a Él no se le puede ocultar nada. Corramos más bien a su encuentro. Cristo ve mucho más allá de nuestras cicatrices, y anhela vernos tal como somos, y traer sanidad, dice en el salmo 147:3 “El sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas”
En el Japón existe una tradición Milenaria llamada Kintsugi, en la cual se reparan objetos rotos con oro en polvo y pegamento. Por lo tanto los objetos que se reparan de esta forma son más valiosos para sus dueños. Ellos piensan que “las cicatrices” son parte del objeto y representan un momento único en su vida. En lugar de ocultarse deben ser motivo de orgullo. Estos objetos “rotos” se vuelven más hermosos después de ser reparados. El Kintsugi también es una filosofía de vida, las personas rotas no se descartan, ni se desechan; se reparan y sus cicatrices al igual que los objetos reparados con Kintsugi las hacen más valiosas y bellas.
Tú y yo somos sanados de las cicatrices del alma, por medio de las cicatrices de Cristo en sus manos, pies, en su cabeza y su costado que provocaron los clavos, la lanza y la corona de espinos, y eso nos hace bellos y hermosos a sus ojos. Jeremías 30:17ª “Mas yo haré venir sanidad sobre ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová”
El guerrero y el soldado se sienten orgullosos de sus cicatrices, pues significa que peleó la batalla y salió victorioso. Nuestras cicatrices nos recuerdan que con la ayuda de Dios peleamos la batalla y hemos salido victoriosos.