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Home CULTURA

“Por el aire llegó y por la mar se fue”, la increíble pero verdadera historia de Gil Pérez. Por. José Luis Jaramillo Vela

LaVozDelDesierto by LaVozDelDesierto
1 de junio de 2025
in CULTURA, NOTICIA
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Pedro Sainz de Baranda: el broche de oro de la consumación de la independencia de México por. José Luis Jaramillo Vela
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Jirones de nuestra historia

Todavía estoy cuerdo…al menos eso recuerdo

Del Jirón de Historia que nos ocupa hoy, estoy seguro de que quien amablemente lee lo que escribo pensará que “este señor ya se nos está deschavetando” y ya anda cual pobre indigente que busca comida en los botes de basura, hurgando hasta en los mitos, leyendas y “díceres” de la Colonia, o tal vez creerá que al igual que Madero, “ya se metió con el espiritismo”, o “tal vez su alma ya está poseída por Jaime Maussán”, pero no, no se trata de ninguna de las tres.

Sin embargo, este Jirón de Historia si ocurrió y aunque parece inverosímil y tal vez ya entrando a los terrenos de la ficción o de lo paranormal, lo cierto es que está documentado tanto por el Virreinato de la Nueva España, como por el Virreinato de las Filipinas, por la Santa Inquisición, por Autoridades Militares, por Arzobispos, Obispos, Clérigos y por historiadores y narradores de aquellas épocas, también por soldados y gente de la calle; así es que ahí les voy.

La Nueva España era inmensa y todavía le cargan más

El territorio del Virreinato de la Nueva España era inmenso, abarcaba casi la mitad de lo que hoy es Estados Unidos, el actual México, todo Centroamérica (excepto Panamá que era parte de la Gran Colombia), Cuba, casi todas las Islas del Caribe y la Florida; todo ese territorio estaba a cargo del Virreinato de la Nueva España, cuyo Virrey en turno tal vez ni siquiera alcanzaba a comprender cuales eran los límites de tan inmenso territorio, pero tenían que rendirle buenas cuentas a la Corona Española y por supuesto, el Rey los dejaba hacer su patrimonio personal; para cubrir todo el territorio, faltaban oficiales, soldados, agentes, funcionarios; el personal era limitado e insuficiente.

Por si no fuera poco, la Corona Española puso bajo la jurisdicción y dominio de la Nueva España, a los territorios de las Filipinas, un enorme conglomerado de 7,206 islas, isletas e islotes, situados a 14,600 km del Puerto de Acapulco; si el territorio de la Nueva España era complejo de gobernar por lo inmenso, las Filipinas lo eran aún más, por la enorme cantidad de islas, constantemente acosadas por los piratas chinos, japoneses, malayos e indonesios; a pesar de los 14,600 km que las separaban, la Nueva España era el territorio español más cercano a las Filipinas, motivo por el que se puso bajo su jurisdicción.

La única vía de comunicación entre ambos territorios, era la navegación marítima, un viaje que tardaba entre cuatro y seis meses, dependiendo del tipo de embarcación (ese era el tiempo que tardaban en llegar las noticias y las mercancías de un territorio a otro); aún así, los Virreyes en la Ciudad de México, se las ingeniaban para tener la gobernabilidad en Filipinas; el Virrey de la Nueva España tenía la facultad de nombrar al Capitán General de las Filipinas, dando aviso al Rey, fundamentando los motivos para dicho nombramiento.

Las Filipinas, tan remotas y lejanas de la Nueva España

La diferencia horaria entre Filipinas y la Nueva España es de 14 horas adelante; si en Ciudad de México eran las 8 de la mañana, en Manila-Cavite eran las 10 de la noche del mismo día, pero si en Ciudad de México eran las 11 de la noche, en Manila-Cavite era la 1 de la tarde del día siguiente; además para su mejor administración, se había dividido en tres grandes conglomerados de islas: Luzón, Mindoro y Mindanao, misma división política que prevalece hasta la actualidad.

El Capitán General de Filipinas, Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira estaba lidiando con los “sangleys”, así llamaban los nativos a los piratas chinos, japoneses y malayos; pero también enfrentaba los acosos del Emperador de Japón Kazuhito Taycosama, quien pretendía hacerse con el control de las Filipinas; al mismo tiempo, el Gran Daymio, Toyotomi Hideyoshi, con más poder que el propio Emperador le estaba exigiendo al Capitán General das Mariñas, tributo y sumisión, por lo que la situación estaba comprometida.

Pero también, al mismo tiempo que el Capitán General Gómez Pérez das Mariñas era acosado por chinos y japoneses, él acosaba a las Islas Molucas, un archipiélago perteneciente al Sultanato de Indonesia, con la intención de invadirlas y quitárselas a Indonesia; para ello montó una expedición junto con su hijo, el General y Almirante Luis Pérez das Mariñas y Sotomayor, a quien había nombrado Jefe del Ejército y la Flota Real de Filipinas; ambos, padre e hijo tomarían por asalto el Fuerte de Ternate y reclamarían las Islas Molucas como propiedad de la Corona Española.

El 24 de octubre de 1593, el Capitán General Gómez Pérez das Mariñas zarpa de Manila-Covite hacia Zamboanga, ahí se reuniría con la flota de su hijo que venía de la Isla de Cebú y de ahí enfilarían hacia las Molucas; el 25 de octubre por la tarde, ordena anclar en la Isla de Caca (así se llama), para pernoctar, pero esa misma tarde los remeros chinos que llevaba en su galeón se amotinaron debido a los malos tratos y a que no se les había pagado su sueldo atrasado, el motín terminó con el asesinato del Virrey Gómez Pérez y con los chinos tomando el control de la nave.

El extraño caso de Gil Pérez Díaz

El lunes 26 de octubre de 1593, a las 8 de la mañana en Manila, Filipinas, el soldado español Gil Pérez Díaz entraba a su turno como Guardia Real del Palacio Virreinal de Manila, cuando ya se había dispersado por todo Manila la noticia del asesinato del Capitán General Gómez Pérez das Mariñas; recién tomado su turno, el soldado Gil Pérez manifestó un repentino malestar que ocasionó que su superior, el Jefe de Turno de la Guardia, lo retirara del punto de vigilancia para que tomara un poco de aire y se repusiera del malestar; pasado un tiempo, el Capitán de la Guardia regresó por Gil Pérez para retornar a su puesto de vigilancia, pero ya no lo encontró por ningún lado; suponiendo que se había agravado su malestar y se había retirado a su casa, mandó por él, pero ahí no estaba; lo buscaron en los nosocomios y con los médicos de la ciudad, pero el soldado Gil Pérez Díaz nunca apareció por Manila, provocando el desconcierto entre la tropa, sus compañeros y sus superiores.

Mientras, a esa misma hora y en ese mismo instante pero en la Ciudad de México, era un día antes, el domingo 25 de octubre de 1593, cuando poco antes de las 7 de la tarde, ciudadanos que salían de misa en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, reportaron haber visto a un soldado en aparente estado de ebriedad, hablando incoherencias, armado con su alabarda, espada y arcabuz y vestido con un extraño uniforme que no correspondía al del Ejército Virreinal de la Nueva España; a las afueras de la Catedral, salieron el Arzobispo de México Alfonso Fernández de Bonilla y un grupo de curas para brindarle asistencia al soldado y lo primero que notaron fue que el sujeto no estaba ebrio, pero sí estaba en un estado de desorientación y no coordinaba bien sus palabras y sus movimientos y solo balbuceaba: “Han asesinado al Capitán General Gómez Pérez das Mariñas”; también daba la impresión el soldado, de estar sumamente agotado y extenuado.

A escasos 150 mts de la Catedral, cruzando parte del Zócalo estaba la Sede del Virreinato de la Nueva España (actual Palacio Nacional), el Arzobispo Fernández de Bonilla mandó a dos curas a dar aviso a la Guardia Virreinal que estaba a las puertas del Palacio del Virrey, para que se hicieran cargo del extraño soldado; al lugar acudieron de inmediato el Capitán de la Guardia en turno y tres soldados, quienes al llegar tuvieron ante sí a un hombre de porte robusto y audaz, a todas luces se veía que el tipo era un militar, aunque en uniforme desconocido; vieron también a un tipo nada tímido, que parecía aturdido y asombrado, que miraba a su alrededor como si estuviese perdido o no supiera en donde se encontraba; también revisaron su armamento, verificando que eran de fabricación española y armas oficiales del Ejército Real Español.

Y ustedes, ¿Quiénes son?… No, tú ¿quién eres?

El Arzobispo Fernández de Bonilla y los clérigos le acercaron al atribulado y desconcertado soldado, agua, una taza de chocolate y algo de comer, solo así pareció comenzar a reponer fuerzas y salir de su desorientación y aturdimiento, cuando los vió a todos, clérigos, soldados y gente pasando, entonces y de manera un tanto hostil y con un dejo de agresividad pregunta: “¿Y ustedes, quiénes son”?; el Capitán levanta la mano en señal de tranquilizarlo y le responde con severidad: “¡No!, tú debes responder ¿Quién eres?, ¿por qué estás vestido así?, ¿por qué estás armado y a qué ejército perteneces?, ¿de dónde eres?”.

Entonces, y solo entonces, el soldado Gil Pérez comenzó a caer en la cuenta de que aunque no tenía la menor idea de en dónde ni con quiénes estaba, éstos no eran ni hostiles ni enemigos, pero que si no se tranquilizaba, sí podrían volverse hostiles contra él, así es que comenzó por mostrar respeto y sumisión, dirigiéndose al Arzobispo, a quien reconoció como el jerarca de los otros clérigos y a los soldados les mostró respeto, reconociendo a quien llevaba el mando como un Capitán; más tranquilo y sereno, con el debido respeto se dirige al Capitán y le pregunta: “Capitán, ¿es que no se han enterado que los sangleys han asesinado ayer al Capitán General Gómez Pérez das Mariñas?”; tanto el Capitán como el Arzobispo, le manifestaron no saber de qué les estaba hablando, puesto que no tenían idea de quien era, aunque supusieron que se trataba del Gobernador de las Filipinas, lo que sí sabían era que las Filipinas pertenecían al Virreinato de la Nueva España, pero la situación era confusa con el extraño soldado.

Ya con más tranquilidad, el soldado explica que su nombre es Gil Pérez Díaz, soldado español del Ejército Real de la Corona Española, sirviendo como Guardia del Palacio de la Capitanía General de las Filipinas, cuyo Capitán General era Don Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira, recientemente asesinado por los sangleys o piratas chinos infiltrados en su navío. Por su parte, el Arzobispo de México, Alfonso Fernández de Bonilla, le explica al soldado quiénes son cada uno de los presentes y le dice que se encuentran en la Ciudad de México, la Capital del Virreinato de la Nueva España, al cual pertenece la Capitanía General de las Filipinas; el Capitán de Guardia Virreinal le interroga acerca de qué está haciendo él en la Ciudad de México, cómo llegó y porqué dice o como sabe que asesinaron al Capitán General de las Filipinas y la respuesta del soldado Gil Pérez los dejó atónitos.

Explicó el soldado que el lunes 26 de octubre de 1593, a las 8 de la mañana se presentó a cubrir su turno en la Guardia Real y que ahí mismo se les notificó a todo el personal acerca del asesinato del Capitán General Gómez Pérez das Mariñas hacia el medio día del día anterior; manifestó también que unos minutos después de tomar su turno en su punto de vigilancia, comenzó a sentir un fuerte malestar acompañado de mareos y vértigos, dijo también que recordaba vagamente que su Capitán de turno y sus compañeros lo auxiliaron; explicó que recuerda que enseguida de eso, se vió aturdido y vagando en un lugar extraño y desconocido, a una hora que no correspondía con la hora matutina de Filipinas. Los ahí presentes, el Arzobispo y tres curas, así como el Capitán de la Guardia Real y tres soldados, quedaron helados y petrificados, mirándose entre ellos, por lo que el desconcertado soldado les pregunta qué sucede y el Capitán le responde: “Sucede que hoy es 25 de octubre de 1593 y estamos en la Ciudad de México y tú estás hablando de hechos que sucedieron hoy y de los que te enteraste mañana”, nadie entendía nada, pero el soldado Gil Pérez entendió que ahora sí estaba en problemas.

El  Arzobispo Fernández de Bonilla sólo atinó a exclamar que el soldado “estaba poseído por el demonio”, secundado por el Capitán que ordenó a sus soldados traer a la temible y terrorífica Santa Inquisición, según la crónica de los hechos, el soldado Gil Pérez al escuchar estas dos temibles palabras, entró en pánico, rogando que no le echaran a la Santa Inquisición, sabía muy bien lo que iban a hacer con él; y así fue, llegó el Santo Oficio y comenzaron los malos tratos, le preguntaron todo lo que ya le habían preguntado y él explicó todo lo que ya había explicado, entonces el Gran Inquisidor Lobo Guerrero y los fiscales eclesiásticos Santos García y Alonso de Peralta ordenaron llevárselo a las lóbregas y temibles mazmorras del Santo Oficio, justo cuando aparece nada más y nada menos que el Virrey de la Nueva España.

Llega el Virrey y todos quietos

Don Luis de Velasco y Castilla, Primer Marqués de Salinas del Río y Pisuerga, era en ese momento el Virrey de la Nueva España; ya había sido enterado de la extraña situación y decidió ir a corroborar tan rarísimo suceso y también porque él había nombrado a Don Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira como Capitán General de las Filipinas; al llegar al pórtico de la Catedral, todos los ahí presentes se cuadraron e hicieron reverencia, el soldado Gil Pérez Díaz supo que se trataba del mismísimo Virrey e hizo también una reverencia.

El Virrey, en una actitud casi paternal, tratando de darle confianza al asustado individuo, le dice de manera muy amable: “Soy el Virrey de la Nueva España y los territorios de las Islas Filipinas, dime hijo ¿quién eres, de dónde vienes?, ¿cómo has llegado aquí y qué sucedió?” y el soldado Gil Pérez Díaz le contó al Virrey exactamente lo mismo que le había contado al Arzobispo y los guardias, a la Santa Inquisición y ahora a él, la historia siempre fue la misma, quedando la gran interrogante, ¿cómo llegó ahí?

“¡Llévenselo a las mazmorras y sáquenle el demonio!”, ordenó el Gran Inquisidor Lobo Guerrero; “¡¡Momento!!”, imperó la voz del Virrey, quien había perdido el tono paternal y ahora con la voz de la autoridad que dan el don de mando y el poder ordena con voz severa: “Este hombre no será llevado a la Inquisición”, al tiempo que se dirige a todos los ahí presentes para ordenar que el soldado Gil Pérez será llevado a las celdas de la Guardia Real en el Palacio Virreinal, en donde deberá ser tratado con cortesía, respeto, buena alimentación y las comodidades mínimas, debido a que no es prisionero, ni delincuente, ni enemigo; también ordenó al soldado Gil Pérez que deberá mostrar el respeto militar a los superiores de la Guardia Real, así como observar buena conducta y aseo personal

También ordenó el Virrey que esto duraría mientras que llegaba el próximo Galeón de las Filipinas, también conocido como la Nao de China, con la información de los sucesos ocurridos y corroborarlos con los hechos narrados según Gil Pérez Díaz, a quien el Virrey también le advirtió claramente que en caso de ser falso su dicho, sí sería enviado a la Inquisición bajo el cargo de “tener tratos con las fuerzas demoníacas” y la Guardia Real le formularía cargos por “desertor del Ejército Real” y sería pasado por las armas. Las órdenes del Virrey se cumplieron cabalmente, incluso Gil Pérez observó tan buena conducta, que hizo amistad con sus colegas soldados; también podía salir bajo vigilancia a dar paseos y conocer los alrededores del Palacio Virreinal.

Llega la Nao de China y con ella las noticias, pero el misterio permanece

A mediados de febrero de 1594, un poco más de cuatro meses después de lo sucedido a Gil Pérez, llega al Puerto de Acapulco la Nao de China con sus cargamentos, mercaderías, mercancías y especias de oriente y como en cada viaje, venía la valija virreinal, que contenía las noticias y novedades relevantes de las Filipinas, los informes oficiales del estado de la administración de la Capitanía General de las Filipinas, así como los ingresos que debían ser enviados al Rey de España; pero también en la Nao venía una carga muy poco usual, era un pequeño grupo de cuatro soldados y un Capitán que custodiaban a varios chinos que lograron ser capturados por el asesinato del Capitán General de Filipinas Gómez Pérez das Mariñas y que por la magnitud del crimen serían puestos a disposición de los tribunales de la Real Audiencia de México para ser juzgados.

En el Palacio Virreinal, el Virrey Luis de Velasco leyendo la correspondencia oficial, se da cuenta de que todo el reporte oficial sobre la “desaparición” de Gil Pérez Díaz concuerda con las versiones que él mismo les contó y se entera de que la Guardia Real de Filipinas lo puso en la deshonrosa lista de desertores, al no saber su paradero; sin embargo en la cabeza no solo del Virrey, sino de todos los que conocieron del caso, giraban sin cesar las preguntas: “¿cómo llegó de Manila a la Ciudad de México?” “¿cómo es que en un momento estaba en Manila y al siguiente momento estaba a 14,600 km vagando en Ciudad de México?”…. pero aún faltaba otra sorpresa.

Impactante sorpresa

Los soldados que venían en la Nao custodiando a los prisioneros chinos, debían entregarlos a la Guardia Real en la Ciudad de México, así lo hicieron, pero cuando ingresaron a las celdas quedaron fríos, estupefactos, como si fueran estatuas de hielo; ahí en una celda estaba su compañero Gil Pérez Díaz, quien igual de impactado al verlos, solo atinó a decir: “¡Capitán!, ¿qué hacen aquí?”, el Capitán de la Guardia Filipina le contestó con la misma pregunta, “¿qué estás haciendo en ésta prisión?”, en ese momento interviene el Capitán de la Guardia Mexicana, al darse cuenta de que sus compañeros y jefe habían reconocido a Gil Pérez y entonces les cuenta toda la historia que les había contado Gil y ellos también dan su versión, coincidiendo ambas. Pero también para Gil Pérez había noticias, y no tan buenas, su Capitán le dice a Gil que lo buscaron por todos lados y que tras su desaparición no tuvo más remedio que ponerlo en la lista de desertores; también le cuentan que esos prisioneros chinos que trajeron, son parte de los que asesinaron al Capitán General Pérez das Mariñas y que van a ser juzgados por la Real Audiencia de la Nueva España; pero también le informan que el General y Almirante Luis Pérez das Mariñas y Sotomayor ha quedado de manera interina como Capitán General de Filipinas mientras el Virrey hace otro nombramiento, lo malo es que le informan que Luis Pérez cree que su desaparición tiene que ver con el asesinato de su padre y ha emitido una orden de búsqueda y arresto en su contra, por lo que tendrá que llevarlo prisionero a Manila hasta que se aclare el asunto.

De nuevo interviene el Virrey

Una vez enterado de todo, el Virrey Luis de Velasco y Castilla manda llamar a su presencia al Capitán de la Guardia Filipina, a sus cuatro soldados y al Soldado Gil Pérez Díaz, a quien se dirige primero, entregándole un Decreto Virreinal en el que se le declara en libertad absoluta por no existir ningún delito, se le declara exonerado de deserción al comprobarse que ésta no existió y se le declara libre de la Santa Inquisición al no haber caído en pecados, todas estas exoneraciones, en lo que respecta únicamente a este extraño incidente.

Al Capitán de la Guardia Filipina le entrega el Decreto Virreinal mediante el cual se le da nombramiento oficial como Capitán General de las Filipinas al General y Almirante Luis Pérez de Mariñas y Sotomayor, en sustitución de su padre asesinado; y también se le entrega una copia del Decreto de la exoneración de Gil Pérez, para ser entregada al nuevo Capitán General. El documento oficial del caso de Gil Pérez quedó en los archivos virreinales, y se envió una copia a la Capitanía General de Filipinas y otra se remitió a los Archivos Reales en Madrid.

De esta forma, el soldado Gil Pérez Díaz quedó en libertad y exonerado de todo cargo relacionado con este extraño evento, único conocido en la historia de la Nueva España, del que nunca se supo realmente que sucedió.

Caso documentado

Debemos tener en cuenta que este caso sucedió en 1593, hace nada menos que 432 años y era una época de un oscurantismo y una ignorancia tal, que como ya lo vimos todo lo que les asustaba o no comprendían se lo cargaban al diablo, a satanás; y la Santa Inquisición metida en ese mismo embudo de ignorancia, torturaba y quemaba personas porque decían que “tenían el diablo adentro”, o que “estaban en tratos con el demonio” y cosas por el estilo; lo cierto es que la mentalidad de la sociedad estaba muy poco evolucionada.

El caso de Gil Pérez Díaz fue debidamente documentado por el Arzobispado de México en los Archivos de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México; por la Guardia Real del Palacio Virreinal de la Nueva España; por el Virreinato de la Nueva España, quien envió copia a la Capitanía General de las Filipinas, quien ya tenía su propio documento; también tiene copia el Archivo Real de la Corona Española.

En 1609, el historiador español Antonio de Morga y Sánchez Garay investigó a profundidad este hecho, pudiendo entrevistarse aún en vida con los principales actores de este hecho, publicando su libro “Sucesos de las Islas Filipinas”; en 1698, el Historiador Fray Gaspar de San Agustín sobre este mismo caso, escribe su libro “Conquista temporal y espiritual de las Islas Filipinas”, en donde aborda el tema a profundidad y utiliza por vez primera el término “trasplantación simultánea”, ambas obras en poder del repositorio de la Universidad Diliman de Manila, Filipinas.

En 1936, el escritor mexicano Artemio del Valle Arizpe, en su obra “Historias de Vivos y Muertos”, aborda este caso y le da un giro completo al utilizar por primera vez el moderno término de “Teletransportación”, dándole un nuevo enfoque a la investigación que sobre este caso se llevaría hasta el día de hoy. Artemio del Valle Arizpe llamó al soldado Gil Pérez Díaz, “El Hombre que por el Aire llegó y por la Mar se fue”.

Gil Pérez Díaz regresó a Manila, vivió su libertad, se reunió con su familia y regresó al servicio de las armas.

Referencias Bibliográficas:

+ mexicodesconocodo.com.mx

+ infobae.com

+ es.scribd.com

+ adcolima.com

+ bbc.com

+ archivos.juridicas.unam.mx

+ historia-hispanica.rah.es

+ Instituto de Investigaciones Históricas UNAM/historicas.unam.mx

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