Somos como chimpancés que compramos nuestra propia jaula digital: MAR ESPAÑA
Les estamos arrebatando la inocencia infantil y despertándoles otros mundos, temas y contenidos antes de tiempo. ¿Para qué? ¿por qué? Salvo que queramos tener niños adultos, infancias maduras o menores de edad dotados de criterio, experiencia y capacidad desarrollada de análisis y reflexión.
Al menos, eso parece ante la inacción de cómo los teléfonos celulares están absorbiendo a los infantes. Creemos que ahora una “infancia normal” es la que está inmersa y es usuaria de tecnología y redes sociales. Quien no tenga esa condición sería un niño anormal, raro o atrasado en innovaciones tecnológicas.
Y paradójicamente para preservar la salud física de los menores de edad está -al menos teóricamente- prohibido la venta y consumo de tabaco, alcohol y drogas, pero nos despreocupamos de la salud mental, sin reparar en prohibirles el uso indiscriminado de celulares, y aún más, se los regalamos. Sí, los adultos somos los que les compramos los celulares a los niños.
Los políticos lanzan consignas de que “con los niños no”, como lema para no inmiscuir a menores de edad en asuntos de luchas políticas o campañas, pero ni se dice y menos se hace algo para evitar el gran daño mental de los teléfonos celulares.
Hablamos de los niños promedio entre 8 y 10 años quienes en lugar de jugar al “mamaleche”, pintando en el piso los cuadros para jugar saltando y avanzando en base a la numeración, ahora su cerebro se ha ido diseñando para la inactividad física y el aislamiento digital.
Ese “mamaleche” es un nombre regional, específicamente en algunas zonas de México como Chihuahua, conocido también como avioncito, rayuela o bebeleche y se trata de un juego tradicional infantil en el que se dibuja un patrón en el suelo, generalmente con forma de avión, y se salta por los cuadros numerados utilizando solo un pie, o con ambos pies en las alas, lanzando una piedra o ficha para avanzar y recogerla sin pisar las líneas o caerse. El nombre “mamaleche” hace referencia a la idea de “beber la leche” al completar el juego, posiblemente por el esfuerzo físico que implica.
Embebidos en la tecnología somos insensibles y ajenos al robo de la inocencia y festejamos ahora el símil del juego del mamaleche digital que tal vez, ya no tenga retorno porque hay un “recableado” en las mentes de las nuevas generaciones donde las conexiones cerebrales tienen otra lógica y comportamiento.
Ha llamado mucho la atención de que el presidente de Francia Emmanuel Macron anunció que prohibirá en su país el uso de redes sociales a menores de 15 años debido al daño que les ocasiona, impidiendo el acceso a las plataformas digitales como ya se empieza a aplicar en varios países. Esperamos que ese no haya sido el motivo del tremendo cachetadón que le plantó su esposa frente a las cámaras como si fuera un acto correctivo de la maestra al alumno.
Macron no tiene hijos porque se casó con su maestra de teatro de quien se enamoró cuando él tenía 15 años y ella 40. Ahora ella tiene 72 y él 47, pero el detonador para tomar la decisión final fue el caso de un estudiante de 14 años que apuñaló mortalmente a un asistente escolar durante un control rutinario. Desde el 2023 Francia había aprobado una ley que exigía el consentimiento de los padres para el uso de menores de 15 años de redes sociales y en noviembre de 2024 se aprobó la ley más estricta del mundo prohibiendo por completo el uso de redes sociales a menores de 16 años.
En la obra de La generación ansiosa[1] del psicólogo Haidt advierte de que las redes sociales perjudican a los niños, debido a que la conectividad digital ya forma parte de la infancia. Parte de la hipótesis de que la salud mental de los niños y adolescentes se derrumba pues desde hace más de una década en los países desarrollados se ha observado un inquietante y pronunciado aumento en el número de jóvenes diagnosticados con ansiedad, depresión y otros trastornos psicológicos.
En ese libro, el autor se ocupa de la emergencia de salud pública que afecta a los adolescentes. La generación que llegó a la pubertad alrededor de 2009 desarrolló su autopercepción en el marco de cambios tecnológicos y culturales profundos, como el uso extendido de los teléfonos inteligentes y de unas redes sociales adictivas. Como consecuencia de ello, les ha tocado crecer en una especie de mundo virtual sin interacciones con personas de carne y hueso; y mientras los adultos comenzaron a sobreproteger a esos niños en la vida real, los dejaron involuntariamente desamparados en el brutal universo online.
En entrevista con Mar España, exdirectora de la Agencia Española de Protección de Datos, sostuvo que conocemos los efectos del alcohol y del tabaco y tenemos leyes para evitar que los menores de edad los consuman, sin embargo, con el consumo de pantallas, de apps, de videojuegos, etc., todavía no hay conciencia social de que un uso desmedido, y especialmente a edades tempranas, puede afectar gravemente al bienestar, desarrollo, valores éticos y comportamiento de la persona, dejando una huella que puede durar toda la vida.[2]
Y el razonamiento es muy claro al señalar que el modelo de negocio de la industria de internet se basa en ganar dinero por la publicidad, y para eso se necesita que todos pasemos conectados el mayor número posible de horas. Y que les aportemos gratis no solo nuestros datos personales, sino nuestra red de contactos. Para captar y retener nuestra atención se están utilizando, en la mayoría de los casos, patrones adictivos y oscuros diseñados para volvernos consumidores compulsivos. Por tanto, estamos sometidos, en el sentido de que, cuanto más tiempo pasamos conectados, más lejos dejamos nuestra libertad, además de la salud física y mental y, en muchos casos, de la privacidad.
Mar España sugiere que para evitar esto solo se logra con la autocontención. “Si yo preguntara -dice- a los lectores cuáles son las primeras cinco cosas que hacen al levantarse, seguro que una de ellas, puede que la primera, sea conectarse con el celular. Limitar las horas diarias de conexión es el camino minoritario porque exige mucho más esfuerzo. Somos como chimpancés que compramos nuestra propia jaula digital, en la que nos están dando mil cacahuetes personalizados con los sabores que más nos gustan, pero estamos permanentemente picoteando y perdiendo el contacto con nosotros mismos, con nuestras emociones. Necesitamos ritmos más lentos. Debemos agendar tiempos y espacios de desconexión, tanto para proteger nuestra salud como nuestra propia libertad. Porque, si lo que consumo en el mundo digital va a influir en lo que compro, en cómo me siento acerca de lo que pienso y en lo que voto, ¿qué queda de mi libertad?”
Si a los adultos de mi generación nos cuesta estar cuatro horas al día desenganchados de las pantallas, y nuestro cerebro estaba ya maduro cuando llegaron las redes sociales, ¿cómo le vas a pedir a un adolescente, cuyo córtex prefrontal no está todavía plenamente desarrollado y, por tanto, no tiene conciencia del peligro, que se autorregule? Es imposible. En un momento de máxima plasticidad cerebral, en el que el adolescente está construyendo su propia personalidad y sus valores, el cerebro está líquido y todo deja huella de por vida. Los influencers y las redes sociales están moldeando su cerebro, y eso está produciendo ya consecuencias tremendas. La mayor causa de muerte entre la gente joven es el suicidio.
Sobre el uso desmedido de celulares en las escuelas, opina que el sistema educativo, a lo mejor sin darse cuenta, está dañando el neurodesarrollo de los menores. Los médicos y psicólogos infantiles están alertando de los efectos de las pantallas en la salud física y mental y han dado pautas. Finlandia y Suecia las han retirado de las escuelas porque han visto que los índices de lectoescritura y el coeficiente intelectual empeoraban.
“También se ha demostrado que leyendo y escribiendo en papel se activan más áreas en el cerebro que si se hace con una computadora o tableta. Yo entiendo que, durante la pandemia, la tecnología nos salvó. Pudimos sentirnos conectados, los estudiantes pudieron seguir aprendiendo. Pero la industria aprovechó para colarse por la puerta de atrás. Esas grandes empresas en piensan en nuestros hijos, sino lo hacen con la codicia por delante y el efecto de hacer negocio, tener utilidades y ciertamente, son los dueños de esas empresas tecnológicas los nuevos zares de plataformas digitales con un gran poder político y económico”.
En Australia se aprobó la ley más estricta del mundo en noviembre de 2024 prohibiendo por completo el uso de redes sociales a menores de 16 años. Esa ley exige que plataformas como Instagram, Facebook, Tik Tok, Snapchat y X impidan que menores creen cuentas con multas de hasta 50 millones de dólares australianos. En China fue el primer país en introducir límites estrictos al uso de plataformas digitales por parte de menores. Noruega ahora en junio de 2025 propuso elevar la edad mínima para las redes sociales de 13 a 15 años. Algunos estados de EUA como Florida y Utah han aprobado leyes que imponen más restricciones al uso de redes sociales por parte de los menores.
¿Llegaremos en México a tener escuelas libres de teléfonos? ¿No es aún suficiente relacionar el tiempo frente a pantallas y la salud mental?
O como en tantos temas delicados, ¿permaneceremos ajenos, callados y embobados frente a un celular mientras sigue creciendo el “sunami” de depresión, ansiedad y autolesiones que afecta a niñas y niños? Esto es como en politica: avanzan los gobernantes que dañan a un país a medida que la sociedad permanece apática y en silencio.
[1] HAIDT, Jonathan (2024) La generación ansiosa: por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, editorial Paidós, México
[2] PASCUAL, Manuel (2025) Mar España, exdirectora de la AEPD: “Si no les damos alcohol, tabaco o drogas a los 14 años, ¿por qué les regalamos un móvil?”, https://elpais.com/tecnologia/2025-06-13/, El País, España
