Las apariencias son las falsas
fachadas de la realidad,
pero nos encantan y fascinan
La tristeza de los payasos es porque navegan en un mundo real disfrazados de apariencias, de máscaras, maquillaje, disfraces y guantes. Y nosotros navegamos en un mundo de apariencias evadiendo la realidad. Nos disfrazamos de realidad.
Detrás de cada rostro de falsa felicidad de los payasos hay una vida real muy diferente a la que aparentan para trabajar y hacer creer a los niños que todo es felicidad. Así, cada uno llevamos una máscara que nosotros mismos diseñamos para ocultar o fingir en este mundo de aparecidos.
Dime qué aparentas y te diré qué careces, parece ser la fórmula del ambiente social que vivimos. La regla de parecer es más importante a la de ser. Las redes sociales son la plataforma electrónica y emocional por excelencia para esta forma de vivir. Andamos por el mundo con maquillajes pronunciados, cirugías plásticas, unos más y otros menos, pero con ello queremos modificar lo inmodificable.
Decía el escritor Eduardo Galeano que vivimos en un mundo donde el funeral es más importante que el difunto, donde la boda debe valer más y ser más costosa que el propio amor que debe de unir a la pareja para ser felices.
En un funeral ahora cuenta el lugar, las coronas más caras y las flores más exóticas, el ataúd de cedro, con un plan mortuorio cinco estrellas y por supuesto los asistentes VIP, aunque el muerto ni siquiera puede tener conciencia o ver quiénes asisten a su ritual de despedida. Valen más las apariencias que la esencia del evento. Por eso, sepultar a un muerto es motivo de vanidad de los vivos.
En las bodas se ha montado una feroz competencia por contratar a los más exclusivos wedding planners para que el evento sea considerado como el casamiento del año, aunque antes de cumplir un año de casados ya están en trámites de divorcio. Los salones son convertidos en auténticos lugares paradisíacos con costosos arreglos florales que sólo lucirán por esa noche para sorprender a los asistentes. Las comidas son verdaderos desafíos gastronómicos que dejan temblando a padres de los novios, pero no se pueden quedar atrás de la boda de la hija de la vecina, del hijo del pariente o del compañero de trabajo.
Muchos eventos son naturales y por supuesto para compartir un momento triste o alegre, pero el problema es que las apariencias se han instalado como parámetro de estatus, nivel social o glamour, perdiendo la esencia de los que nos convocan.
Gozar de la apariencia no es tan malo, el problema es que es lo opuesto a la realidad. Mientras más aparentamos, estamos más alejados de lo real y eso nos hace perder la cabeza o vivir en un mundo ficticio, falso y de autoengaño.
Querer impresionar a las amistades es un desgaste emocional y económico, que los demás disfrutan a costa nuestra haciéndonos creer que los engañamos. Pero, a nuestras espaldas gozan y se burlan de nuestra obsesión por “apantallarlos”. La apariencia tiene costo para el alma, si es que aún la seguimos considerando como importante.
Otro escritor, José Saramago, dijo que “el mundo se está convirtiendo en una caverna igual a la de Platón: todos mirando imágenes y creyendo que son la realidad”.
Existe la llamada alegoría de la caverna o mito de la caverna, del filósofo griego Platón, que hasta nuestros días se sigue utilizando como metáfora para varios fines, como el acceso al conocimiento y a la verdad, de cómo liberarnos de la esclavitud de la ignorancia y hasta la forma en que las pantallas, como la televisión, nos engañan. Es de una manera simple y primitiva para comprender el engaño de las apariencias que nos alejan de la realidad.
En la caverna que se imaginó Platón es donde vivimos prisioneros de las apariencias e ignorancia. Estamos amarrados y enfrente está una gran pantalla (o pared) por donde pasan figuras (como en la televisión) proyectadas por una fogata que distorsiona la realidad. Siempre hemos sido prisioneros de las apariencias: unas veces por ignorancia, por gusto y ahora por comodidad de las redes sociales que nos han detonado “apariencias electrónicas”.
Con los celulares, tomamos fotos de los platillos que nos sirven en las bodas y en las restaurantes “elegantes” para presumir de nuestra estancia, aunque al día siguiente sólo tengamos para una hamburguesa. Gran parte de las fotos que subimos a las redes están “arregladas” o retocadas (Photoshop) para aparentar menos edad y arrugas, más solvencia y cultura.
Según la Real Academia Española, la palabra “apariencia” deriva del latín apparentia, que viene a ser el aspecto exterior de lo que percibimos, es lo que vemos, pero el significado se extiende más allá de la simple imagen visual, incluyendo connotaciones de probabilidad, engaño y construcción social.
Las ilusiones y fantasías son parte de las apariencias porque ocultan la verdadera naturaleza de las cosas. Por eso se dice que las apariencias engañan al ser una falsa fachada de la realidad. En el teatro, la escenografía es una forma de engaño para imaginar una realidad.
En estos tiempos, la apariencia juega un papel muy importante al tratar de identificarla con la imagen personal. Tanto la mercadotecnia como la moda intentan idealizar con modelos la estructura de apariencias irreales pero que las imitamos para “salvar las apariencias”, “para guardar las apariencias” o simplemente por “aparentar”.
El mejor ejemplo son los payasos que cambian su apariencia para divertir, pero eso no modifica su esencia o estado de ánimo. Lo hacen para olvidar la realidad y ver otro mundo diferente, aunque temporal, irreal y gracioso.
Por eso, para divertir a los niños y adultos se transforman a través de un maquillaje exagerado para pronunciar más la boca de sonrisa permanente, se disfrazan con vestimentas coloridas, grandes zapatos y otros atuendos, pero esa es la apariencia y en la ridiculez o exageración obligan a torcer lo real.
Los payasos sufren y lloran como todos, disfrazan su realidad con las apariencias. Hacen monerías, malabarismos, chistes y torpezas para hacernos creer y sentir que la vida es color de rosa, que la realidad es dulce, exitosa de manera permanente, placentera y hedonista.
La antigua y famosa poesía de Garrick que cuenta la historia de un actor de Inglaterra que era aclamado por la gente por ser muy gracioso y cómico. Quienes tenían penas y tristeza lo buscaban como rey de los actores. En una ocasión, un médico recibió la visita de un paciente que buscaba un remedio para solucionar su tristeza, a pesar de viajar mucho, ser amado y amar a una mujer, tener riquezas y lisonjas.
El médico al escuchar esos síntomas se sintió incapaz de darle un remedio y a lo que apeló fue la recomendación de buscar a Garrick, el famoso actor que hacía reír a todo mundo. Sorprendido el paciente le preguntó al doctor que si Garrick lo curaría, pero prefería que le cambiara la receta, porque precisamente él era Garrick.
La última estrofa de la poesía concluye así:
El carnaval del mundo engaña tanto;que las vidas son breves mascaradas;aquí aprendemos a reír con llantoy también a llorar con carcajadas.
Así son las apariencias que ocultan la realidad. Las apariencias son como los aparecidos, como los fantasmas que no existen, pero creemos que son reales.
Sólo nos queda desmaquillarnos al final del día para ser como somos y dormir en paz. Aunque sea, dejar de vivir de las apariencias y dormir en realidad para descansar verdaderamente.
Ojalá tuviéramos esa misma obsesión de promover las apariencias en las redes sociales por intentar desaparecer las arrugas del alma.