Hace un año, la Asamblea General de la ONU declaró el 10 de junio como el Día Internacional para el Diálogo entre Civilizaciones, una iniciativa de China apoyada por más de 80 países, que reconoce el valor del legado cultural, filosófico, científico y espiritual de todas las civilizaciones como patrimonio común de la humanidad.
Se trata de un reconocimiento que llega en un momento crítico, marcado por incertidumbre, crisis múltiples y desconfianza global. Un escenario en el que el diálogo entre civilizaciones no debe verse como algo simbólico o meramente diplomático, sino como una necesidad política, ética y práctica. Porque sin diálogo no hay entendimiento; sin entendimiento, no hay cooperación; y sin cooperación, no hay futuro viable.
Así, la resolución subraya el papel del diálogo como vía para la paz y el desarrollo sostenible, al tiempo que reafirma principios universales y alienta a convertir el reconocimiento del otro en una práctica cotidiana.
En distintos rincones del mundo, hay casos concretos que confirman el papel transformador del diálogo intercultural. Por ejemplo: el conflicto entre Gaza e Israel, la crisis migratoria en América y la emergencia climática a nivel global.
En el primer caso, en medio del prolongado conflicto entre Gaza e Israel, han surgido iniciativas que, desde la base, promueven la empatía y la convivencia entre comunidades judías, musulmanas y cristianas, demostrando que incluso en los escenarios más desgarradores es posible apostar por la reconciliación.
De manera similar, frente a la crisis migratoria en América, diversas comunidades y organizaciones han impulsado programas de integración cultural que fortalecen el tejido social y promueven una convivencia basada en el respeto y la cooperación.
Por su parte, en América Latina y el Sudeste Asiático, la colaboración entre pueblos indígenas y científicos en la protección de ecosistemas muestra cómo el diálogo entre saberes distintos puede generar soluciones más sostenibles y justas. Señales claras de que el entendimiento mutuo no solo es posible, sino urgente.
Estos ejemplos muestran que el diálogo entre culturas no es teórico, sino una práctica real que ocurre en lo cotidiano y en los márgenes de la sociedad. Escuchar, comprender y respetar al otro requiere valentía y humildad, pero es esencial para construir sociedades justas y resilientes.
Sí, es cierto que el Día Internacional para el Diálogo entre Civilizaciones no resolverá los grandes problemas del mundo, pero sí puede servir como guía para fomentar una convivencia más humana y transformadora. Y es que, en una época marcada por discursos estridentes y la falta de una escucha genuina, el diálogo se presenta no solo como una herramienta, sino como una forma de resistencia. Y no, no se trata de renunciar a la identidad propia, sino de aprender a convivir con la diversidad de las demás. El futuro, si ha de ser compartido, debe construirse con muchas voces, rostros e historias.
Solo desde el reconocimiento de la pluralidad profunda será posible encontrar puntos en común que permitan avanzar juntos. Y quizás ahí radique la mayor lección de este nuevo día internacional; es decir, que en lugar de temer a las diferencias, sea tiempo de celebrarlas como la verdadera riqueza de la humanidad.
A modo de síntesis, concluyo citando lo dicho recientemente por el secretario general de la ONU, António Guterres: el Día Internacional para el Diálogo entre Civilizaciones es un llamado a la acción para escuchar con corazones y mentes abiertas; hablar y conectar, respondiendo al odio con humanidad, eligiendo el diálogo sobre la división y esforzándose por construir una sola familia humana, rica en diversidad, unida en solidaridad e igual en dignidad y derechos.