El resultado de la elección en Durango, donde Morena cayó al tercer lugar, debió dejar muy frustrado al segundo hijo y heredero político de López Obrador. Incapaz de hacer una formal autocrítica, concluyó que la derrota fue porque sus adversarios lo llamasen Andy, mote puesto por sus amigos. Indignado exige que lo llamen por sus nombres y apellidos completos, Andrés Manuel López Beltrán, porque llamarlo por el diminutivo “es demeritar el legado del mejor presidente que ha tenido el país, quitarle ese legado”. Y da instrucciones precisas a la prensa y a sus adversarios de como deben referirse a él: “no Andrés López Beltrán, no Andy, no Andrés López, etc”.
Leo y releo sus declaraciones y más risa me causa su impostura, falta de sentido común y ego desbordado. Pedirle a sus adversarios políticos que lo llamen por su nombre porque al no hacerlo ningunean el legado de su padre y a él lo dejan en la orfandad política, es invitarlos formalmente a que hagan de su nombre un carnaval de burla. Disociado de la realidad, él mismo se reduce al triste papel del junior cuyo mayor logro es llevar el nombre de su padre, siendo un adulto de cuarenta años o más. En respuesta a su insensatez, las redes quedaron saturadas con los más variados memes sobre su apodo, humillándolo con que “Andy ya no quiere que lo llamen Andy”.
Tampoco se da cuenta que al decir, él, que su padre es el mejor presidente que ha tenido México, abre un espacio a la discusión pública del tema, exacerbando el escrutinio social. ¿López Obrador es realmente el mejor presidente que ha tenido México, como dice su hijo?. Vayamos a los hechos, si por mejor presidente se refiere al que ganó la elección con absoluta solvencia y seis años después la refrendó manteniendo un nuevo régimen, entonces habría que compararlo con los presidentes disruptivos de la historia: Díaz, Calles, Cárdenas. Si nos ajustamos a los seis años menos dos meses de su gobierno, los resultados son desalentadores para el junior, su padre es objetivamente uno de los peores presidentes en la historia del país. Los hechos dan cuenta de su pésimo gobierno.
Endeudó las finanzas nacionales en más de 2,2 billones de pesos, como ningún otro presidente. En todo su sexenio el país creció apenas el uno por ciento, el menor crecimiento desde la Revolución Mexicana. Superó en corrupción al de Peña Nieto, haciendo de su sexenio el más corrupto en la historia del país. Los indicadores de violencia superaron por mucho los de Calderón y Peña con casi 200 mil muertes y cincuenta mil desaparecidos, concesionando amplias franjas del territorio nacional a los grupos criminales. Despedazó el sistema de Salud y los mecanismos para comprar medicamentos. Gestionó pésimo la crisis del coronavirus, llegando a casi un millón de muertes, la mayoría de las cuales no debió suceder. Las obras presumidas están inoperantes o trabajando a medias. Los supermillonarios se hicieron más ricos mientras aumentaba el número de miserables.
El resultado de su gobierno es desastroso con datos documentados en fuentes oficiales, ahí están para quien desee hacer un análisis sin visiones ideológicas. Pero no es lo peor, hemos sorteado otras crisis y siempre salimos adelante. Lo peor es la devastación institucional emprendida con un frenesí obsesivo, desmontando el andamiaje de un naciente estado democrático para convertirlo en dictadura. Su joya de la corona es el Poder Judicial, con una Corte y un Tribunal Disciplinario a su servicio, no al servicio de la presidenta en funciones, al servicio del “líder moral”. Mientras la propaganda del régimen despliega ensordecedora narrativa de que somos el país más democrático del mundo, senadores y diputados fieles suprimen las instituciones democráticas para concentrar el poder en una sola persona, la persona de su líder.
En el barrio de las Chivas agarrábamos de carrito al niño más mimado y por cualquier motivo lo acosábamos a coro diciendo “has, has en llorar; Has, has en llorar”, hasta que el inocente soltaba el llanto y salía corriendo a con sus padres. Era la jungla de la crudeza infantil, había que protegerse solo o estabas perdido. Así está hoy Andy, quiere llorar por el pésimo resultado electoral en Durango, donde su partido sufrió un frenón electoral escandaloso estando él al mando. Se fue a vivir dos meses a la capital y, con un ejército de agentes electorales, puso los hoteles de Durango al 85 por ciento de ocupación, pero ni así pudo regresar con la victoria prometida.
Al verse derrotado salió corriendo a los brazos de su papi como aquel niño asustadizo de Jiménez, en su caso acusando a la prensa y a sus adversarios de que le hacen bulla. ¿Esperaba que lo recibieran caravanas de aduladores y alfombras guindas?. La egolatría es comparable a la de su padre; respétenme soy el hijo y heredero del mesías. Frustrado, el junior dejó ver la soberbia de familia, reclamar a gritos que respeten su nombre por ser lo mejor que tiene, es una estupidez completa. ¡Y es al que su padre eligió para entregarle en herencia “el Movimiento”. Cómo estarán los otros. Como sucede en el barrio, sus adversarios le seguirán llamando Andy, pero ahora con minúscula.
No merece menos, es el heredero de un movimiento que secuestró al país, su padre gobierna desde las tinieblas sobre los tres poderes de la república y “andy el mínimo” recriminando que no lo llaman por su nombre completo. Nada más le faltó llorar y salir corriendo hasta Palenque.
