Estamos ante una generación de gente emocionalmente débil, donde todo debe ser suavizado, porque todo es ofensivo…incluida la verdad
KEANU REEVES
Camina tranquilamente entre todos los ambientes, embelesa, engaña o se disfraza presentándose de mil maneras y con diferentes caretas. Con paso seguro y desafiante se introduce, mientras que nosotros le abrimos puertas y hacemos reverencia. Entra por la puerta principal dejando su anterior acceso restringido que tenía por las puertas traseras o de servicio. Ahora, penetra los hogares y a todos los lugares amparada por la obscuridad; hoy pasa en plena luz del día e ingresa sin pudor, recato o vergüenza.
Dice el doctor en filosofía Eduardo Maldonado[1] que “cuando todos hablan, nadie puede escuchar. De tanto ruido, se ahoga la verdad. Vivimos en una sociedad que ha pulido los métodos y las tecnologías de propaganda del nazismo y que se cree más libre que nunca, cuando en realidad está tremendamente sometida. Hoy la mentira reina sin pudor. Esta es nuestra sociedad. La sociedad de la mentira”.
Efectivamente, la reina de la sociedad es la mentira. Engañamos, nos engañan o nos autocensuramos y en las redes sociales anidan el ruido y la ausencia de la verdad. Existen dos problemas muy serios: el primero es que hemos perdido el interés y la capacidad de buscar la verdad y, en segundo lugar, hay personas que su negocio está centrado en difundir mentiras creando un ambiente de hipnosis que ha ido reblandeciendo la razón, la conciencia y la voluntad. A cambio, nos ofrecen un mundo de diversión y entretenimiento que nos hace sentir que flotamos en nubes de algodón en pleno confort a punto de desvanecernos.
Una de las técnicas para desvanecer del imaginario colectivo ideas o conceptos es dejarlas de pronunciar. Por ejemplo, han pasado años en que películas de las grandes empresas de Hollywood han eliminado de los diálogos la palabra o idea de Dios o un ser superior. Lo han sustituido por ideas vagas de espiritualidad, del más allá, de “buenas vibras” o simplemente se ignora una metafísica, o sea, lo que va más allá de lo físico. Se crean figuras de héroes que antes eran antihéroes o malandros; varios personajes que son parte de comunidades pequeñas y respetables pasan a ocupar el papel de las mayorías, confundiendo las actitudes o decisiones normales como anormales y a la inversa.
Ese mundo al revés nos ha trasladado a la galaxia inversa donde los delincuentes o “malandros” son ejemplo de virtud y vida para seguir sus pasos como miles de jovencitos y adultos lo hacen ahora festinando sus corridos y canciones. La anormalidad, -o lo no común-, se ha impuesto sobre la normalidad que ahora hasta en las líneas áreas, durante el viaje, promocionan a los intérpretes de los corridos tumbados sometidos al mercado que dicta moda, gusto y adicción.
Y, por lo tanto, los que destacan en disciplinas académicas, deportivas o artísticas se ven reducidos ante ese alud de propaganda, likes y conciertos a reventar reconociendo y alabando al que le canta a la violencia, al que denigra a la mujer, al que promueve y hace apología del crimen. Y todos fascinados, aplaudiendo a rabiar.
Los “malos” parecen ser ahora las buenos, y los buenos, son los pasados de moda y anquilosados de viejos y oxidados tiempos. Eso pasa entre la verdad y la mentira. Los santos son ignorados o tachados de cosas de abuelos que no se han modernizado. Aunque siempre se ha dicho que los buenos son más, mucho más, que los malos, lo que sucede es que los malos se imponen sobre los buenos y éstos se quedan cruzados de brazos, para no arriesgarse o comprometerse.
Se han impuesto modas, nuevas formas y estilos de vida, que, por supuesto deben ser respetados y tolerados, pero también debe haber reciprocidad de tolerancia a quienes no piensan igual.
Los santos están anquilosados y arrumbados, sin que suene a beatería. Pero eran del bando de los buenos y ahora los que rifan son los malos. Dejar de hablar sobre una persona o mencionar un ser o tema, es condenarlo al olvido y ubicarlos en todos los espacios es hacerlos visibles. Es como un juego de la realidad: hacer visible lo invisible e invisible lo visible. Es el truco de hacer y deshacer realidades. Y lo más grave es que nosotros somos los protagonistas y víctimas, al mismo tiempo, de ese truco.
Algo así ha sucedido con la señora verdad y la que le ha ganado es la señora mentira. Las estrategias de la propaganda nazi, que supuestamente desaparecieron en 1945, lamentablemente tienen un vigencia increíble y las aplican gobiernos, en redes sociales y en el ejercicio del poder. Se decía que en una guerra la primera víctima es la verdad, resulta entonces que tenemos años en permanente guerra y las armas principales, si bien han cambiado, ahora se utilizan las redes sociales para aplicarlas.
Y los resultados están a la vista: haga la prueba con sus amistades, grupos de WhatsApp, familiares y formule la pregunta qué es la verdad para ellos y la respuesta mayoritaria y casi unánime, será: … “depende…”
La verdad la tenemos condicionada y arrinconada a un depende de nuestros gustos, estado de ánimo, conveniencia, interés, ideología o hasta de circunstancias.
Le argumentarán que cada uno tiene “su” verdad, que según el color del cristal con que lo vea, que según sus experiencias y educación y otras expresiones. La verdad la hemos convertido en una gelatina que se hace para cualquier lado, que la aderezamos o decoramos según nuestro estado de ánimo o la ansiedad. La conclusión podría ser que lo que no se puede definir no existe. Y entonces, la verdad es lo que nos conviene un día, y al día siguiente puede ser lo contrario y podemos estirar el concepto como chicle para acomodarlo a nuestra medida.
Hubo un tiempo en que el decir la verdad era un arte y los antiguos griegos la conocían como la parresía[2]. Etimológicamente es la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo. Luego en el siglo IV el obispo cristiano Gregorio Nanciancero habla del parresiasta cristiano como de un mártir de la verdad. Y posteriormente Michel Foucault dijo que la parrhesía era considerada como algo peligroso para quien la ejerce.
Decir la verdad, entonces, es peligroso, mientras que la mentira se nos hace cómoda, chistosa y que no compromete nada. Por cierto, también sobre esos conceptos griegos ya avanza la corriente en que debemos olvidar e ignorar esos “viejos” conceptos e ideas y utilizar los modernos, aunque carezcan muchos de ellos de lógica y razón, y solo estén aderezados de emotividad. Recordemos que ahora la verdad se decide por “link”, por ocurrencias de influencers, caprichos de gobernantes y manipulación en las redes sociales.
Somos una sociedad desconfiada al no tener clara la verdad y tampoco la mentira. Las redes sociales juegan un papel muy importante en este fenómeno: hemos creado una dependencia emocional y cognitiva de las redes.
Sabemos que circulan por ahí mentiras, que elegantemente les bautizamos como fake news, pero como es nuestra adicción tecnológica, las consumimos, les permitimos que nos robe tiempo y atención y luego queremos reaccionar asustados, cuando alguien nos habla, nos suene el claxon el auto que está detrás de nosotros o los hijos están pidiendo una migaja de cariño y atención. La mentira es una reina sin pudor.
AVISO: Los próximos domingos 21 y 28 de julio no se publicarán la sección ENTRE REDES por descanso necesario y supuestamente merecido.
[1] MALDONADO, Carlos Eduardo (2024), La sociedad de la mentira, revista Filosofía&Co, publicado el 9 de mayo de 2024, https://filco.es/sociedad-de-la-mentira/
[2] DOMINGUEZ, Iñaki (2024) La parresía griega: el arte de decir la verdad con franqueza, Ethic, https://ethic.es/2024/06/la-parresia-griega-el-arte-de-decir-la-verdad-con-franqueza/
