Reflexión Semanal
Un rey, es un gobernante soberano de una nación, tribu, o país. La palabra “soberano” significa que él tiene el poder supremo, la autoridad más alta. En tiempos pasados existieron muchos reyes y reinos. En un reino, el rey poseía todo el territorio y tenía la autoridad encima de todo en el reino, incluyendo las personas, incluso el poder de la vida y de la muerte. El rey hacía las leyes, y los residentes del reino obedecían estas leyes, de lo contario pagarían las consecuencias de su desobediencia.
La Biblia registra la historia de muchos reyes, unos buenos y otros no. Pero la historia que más impacta la vida del mundo, no es la de un monarca que vivió 90 o más años en un palacio rodeado de lujos, honores y tributos. Es la historia de Un Rey que vivió solo 33 años, pero suficientes para impactar los reinos de la tierra por ya más de dos mil años, dejando una huella imborrable en el corazón de propios y extraños. Es la historia del Rey de reyes (1 Tim. 6:15) el más grande de todos los reyes es, el Señor Jesucristo. Su historia cuenta sobre Su vida y misión salvadora en la tierra. Él gobierna sobre un reino que es eterno, soberano y que nunca se acabará. Nunca se derrocará por ninguna revolución, y nuca habrá otro gobernante que lo pueda reemplazar.
Jesús nació cómo un judío. Él vino primero a su propio pueblo, los judíos, pero ellos lo rechazaron. Fue cuestionado si Él era o no el Rey esperado (Mateo 27:11) Fue acusado de cosas increíbles (Mat. 12:25-28) En una ocasión las personas intentaron tomarlo y hacerle un rey por la fuerza porque Él no estaba estableciendo el reino visible que ellos desearon (Juan 6:15) Solamente una vez hubo una aclamación pública de Jesús como el Rey. Esto fue cuando entró en Jerusalén durante su tiempo final (Mateo 21:1-9) Muchos de aquellos que clamaron “Hosanna” mientras Jesús entraba en Jerusalén, después gritarían voz en cuello: “Crucifíquelo”. Quedaron muy sorprendidos porque Jesús no derrocó al gobierno Romano y estableció un gran e imponente reino terrenal. Jesús no era el Rey que los judíos habían imaginado. Él no actuó, según ellos pensaron que un rey debería actuar. Lo que ellos no comprendieron fue que Jesús no venía a gobernar un reino terrenal. Él vino a gobernar la fortaleza interna del corazón del hombre. La llave al Reino de Jesús era, y es, el arrepentimiento, no la revolución (Mr. 1:15) Así que el Rey de Reyes fue rechazado por Su propio pueblo: “A lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron” (Juan 1:11) Pasado el tiempo, año 70 d.c. el pueblo que lo rechazó pagó su osadía viendo venir a tierra la gloria de su nación.
Me pregunto ¿No estaremos actuando de la misma manera que la gente de aquel tiempo dejando fuera de la vida personal, familiar, social y política a Jesús, actuando bajo nuestros intereses y ambiciones personales? ¿Será por eso que el mundo se convulsiona cada día con un gran drama de dolor, llanto y tragedia? Sabemos que todo reino tiene su constitución. El reino de Dios no es la excepción, su constitución es la palabra de Dios. Volvamos a ella, si es que deseamos que nuestra historia cambie y sea mejor.
Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.