Reflexión semanal
La historia en el mundo entero, sin duda, ha cambiado. Un virus tomó a la humanidad por sorpresa, cambiando súbitamente nuestra forma de vida. El grito de guerra ha estremecido la humanidad. Las noticias de hambruna, de homicidios y tragedias han trastornado la sociedad.
El hombre, ser resistente a muchos cambios, ha tenido que reconocer su fragilidad y aceptar forzosamente cambiar su rutina de manera no planeada.
El anuncio de lo inesperado, de lo que puede suceder a otros en lugares remotos, menos a nosotros, no ha distinguido edad, sexo, religión, condición socio-económica, etc. Nuestros principales elementos son ahora comunes a todos: atender los males de la humanidad y reconstruir la paz, la salud, en su más amplio sentido, y el bienestar espiritual y social.
El tiempo presente, es un punto de reflexión importante que se puede aprovechar para preguntarnos sobre si ante la avalancha de males ¿Hemos aprendido algo? ¿Hemos aprendido la lección? Al revalorar lo esencial y bello de la vida ¿hay un camino diferente que nos gustaría tomar de aquí en adelante?
En verdad deseo que seamos más humanos, comenzando conmigo. Menos críticos y más solidarios. Más unidos y menos lejanos. Que aprendamos lo que nos dice Dios en Colosenses 3:13 “Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” Soportar es, apoyarnos con las cargas de la vida de los unos y los otros. Pues creo que la verdadera tragedia sería volver a la rutina de la vida sin mayor transformación. De ser así, de que valió tanta lagrima, tanto dolor, tanta queja.
La verdad es que no habrá más cambios en nosotros que los que decidamos hacer. No es el final de la pandemia o el cese a la guerra el que revelará lo que somos, son nuestros hechos los que revelan lo que somos.
Si invertimos nuestras energías en sembrar egoísmos y odios, si nos comportamos de manera vil con las personas a quienes deberíamos acoger, es seguro que el final de cada tragedia seremos igual o peor que antes.
Por el contrario, si nos sirve para volvernos más sensibles y humanos, la crisis, en medio de todas sus penas y dolores, servirá para convertirnos en mejores personas. Ayudándonos a reconocer nuestra fragilidad y a descubrir al otro, que es nuestro vecino, nuestro prójimo.
Si lloramos con el que llora y reímos con el que ríe, seguramente habremos avanzado para ser mejores seres humanos (Romanos 12:15)
Seamos agradecidos con Dios, con la vida pues aunque con el corazón lloroso en medio del naufragio colectivo, estamos vivos. Entonces recordaremos todo aquello que perdimos y de una vez aprenderemos la lección, pues todos de alguna manera hemos sufrido, hasta de incertidumbre. Que todos hemos aprendido lo frágil que es estar vivos. Pidámosle a Dios que nos vuelva mejores, como nos Él nos había soñado.
Por sobre todo, nunca olvidemos que en medio de la tragedia, Dios a cuidado de nuestra vida: “Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano” (Salmo 139) Dice la estrofa de un antiguo pero bello himno “…Si Él cuida de las aves, cuidará también de mí…”
Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo, y un día vaya al cielo.