Provocamos el tiempo con artilugios
y operaciones de cirugía
plástica para estirar la piel y la vida.
¿Qué es lo único irrepetible e inevitable en la vida y que avanza con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros?
Uno de los deseos ideales pero absurdos por su imposibilidad es el retorno del tiempo. Añoramos regresar a lo que sucedió anteriormente, al tiempo pasado, a lo que quedó en nada porque ya no existe. Si bien, existió en un tiempo y en un lugar, jamás se repetirá o coincidirá en otro tiempo y otro espacio similares.
El recurso es la añoranza o nostalgia, pero ni eso puede regresar el pasado. Cada minuto que pasa es un minuto más de vida y un minuto menos de vida. Asi es el tiempo de preciso e implacable.
La experiencia y sabiduría se alimentan principalmente de tiempo que al acumularse genera conocimiento como los buenos vinos que se añejan con el paso del tiempo.
Tal vez no tengamos muy en claro el concepto del tiempo, salvo la medición con reloj o cronómetro o por el constante y cíclico salir del sol, ocultarse y luego aparecer la luna y asi incesantemente pasan los días y noches, semanas, meses y años.
Sabemos que la vida es una línea del tiempo. Que tenemos inicio y fin a lo largo de un espacio y un tiempo. Que transitamos montados y medidos con el tiempo y que va transformando nuestro cuerpo, órganos y funciones. La vejez es una corona del tiempo que nos grita que nos vamos acercando al final de esa línea del tiempo. Es inevitable y tirano.
El tiempo ha sido permanente verdugo de quienes quieren ser eternos o los que piensan que siempre vivirán en permanente felicidad. Como tirano es implacable que hace perder el poder y la fama, tarde que temprano, a los que se sienten como el retrato de Dorian Gray, que su imagen y estatus será eterno.
La actual sociedad cree retar al tiempo con artilugios y operaciones de cirugía plástica para estirar la piel y la vida, pero el tiempo no se detiene ni da tregua. Se puede ocultar temporalmente, disimular solo un pequeño tiempo, pero se cobrará terriblemente por lo que quisimos retenerlo, porque el tiempo que vivimos jamás lo volveremos a recuperar. Ya pasó y como decía el filósofo griego Heráclito “no es posible bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti”. Algo similar pasa con el tiempo: no volveremos, jamás, a vivir el mismo tiempo en algún instante de la vida.
Entonces en ¿qué gastamos el tiempo no renovable e irrepetible?
¿En qué se van los años que vamos acumulando y cuando queremos reaccionar ya es imposible retroceder a lo que desperdiciamos? ¿cómo administramos, usamos o ignoramos el tiempo de cada día?
Me enviaron una estadística muy interesante que a lo largo de las últimas décadas aparecen porcentajes a lo que dedicamos el tiempo y resulta sorprendente el giro que se fue dando. Otros dicen que esa encuesta está relacionada con los porcentajes en diferentes años en que cómo nos relacionábamos sentimentalmente. Para cualquiera de las dos razones, el hallazgo coincide. La otra observación es que corresponde a la sociedad norteamericana, pero ya casi nos emparejamos por la cultura digital global y al tiempo que le dedicamos a la vida online, tan exigente, absorbente y esclavizante.
El parámetro comparativo va del año 1930 al 2024 y de manera directa nos revela lo siguiente: en el año 1932, le dedicábamos a la familia el 22.56 por ciento del tiempo; a la escuela el 22.07 %; a los amigos, el 19.08%, a los vecinos el 11.28%, a la Iglesia 9.95% de nuestro tiempo, al bar o restaurante, el 8.11%, a los compañeros de trabajo, el 3.15% y al tiempo online 0.00%.
El brinco abismal aquí va. En 2024: al tiempo online (estar en línea en internet o conectado a las redes sociales) le dedicamos el 60.76%; a los amigos el 13.86%, a compañeros de trabajo 8.48%, al bar/restaurante 4.91%, a la familia 4.52%, a la escuela, 3.33%, a la iglesia 2.12% y a los vecinos 1.28%.
En 1981 iniciamos con un modesto 0.01% de tiempo online contra el 26.69% de tiempo dedicado a los amigos, un 14.78% a la familia o a un 5.40% a la Iglesia.
En 15 años después, en 1996, brincamos a 1.97% online; con vecinos el 6.59% de tiempo dedicado a ellos; un 5.34% a la Iglesia; un 27.30% a los amigos y 12.47 con la familia. Ya es notable el desplome del tiempo con la familia casi a la mitad.
En 2005, el tiempo online se coloca en el quinto lugar y para 2009 avanza al segundo lugar con el 17.86%, por debajo de los amigos con 25.14%. En el año 2017, se rompe la barrera y el tiempo online ocupa el primer lugar de lo que le dedicamos en nuestras vidas. Se va al 38.26% y desplaza a la familia al 7.05%, a la Iglesia al 3.72% y a los vecinos al 2.63%.
Y en 2021, online ocupa el 58.74% de nuestro tiempo; los amigos el 15.88%, la familia el 7.46%, los compañeros de trabajo el 5.27%, los vecinos el 3.62%, al escuela 3.04% y la iglesia el 2.61 por ciento.
Estamos ante un cambio radical en la comunicación, sentido y estilo de vida.
No es exagerado prender luces rojas en el semáforo de la vida. El tiempo se nos está escurriendo entre las manos y no soltamos ni queremos desprendernos un momento de la vida online.
Hemos perdido la noción del tiempo y ni siquiera nos percatamos que hay una medición que no perdona ni nos permite treguas. Que las pausas temporales no existen porque el tiempo no se detiene. Que cuando volteamos la vista atrás para ver la senda recorrida, solo nos queda el recuerdo de algo que fue, pero es imposible traerlo al presente. Definitivamente el déjà vu no existe, aunque en la lengua francesa se hable de una forma de sentir que se ha estado en tiempo pasado en un lugar.
En filosofía, desde la antigüedad hasta nuestros días, diversos pensadores generaron varios intentos de teorías o explicación sobre el impacto o el papel del tiempo en nuestras vidas, sobre todo en la posibilidad de ser medible, si se puede conocer o hasta si realmente existe o que solo sea un lenguaje convencional entre nosotros para medir[1]
Entre las discusiones, menciona Espínola, distingue las siguientes cuestiones: si existe una autonomía del tiempo respecto a nuestra mente o nosotros lo creamos mentalmente; sobre la posibilidad de que el tiempo exista independientemente del espacio, por ejemplo, en la luna o en marte ¿un minuto de aquí equivale a un minuto de allá?
También sobre la probable existencia de dimensiones del tiempo distintas al pasado y futuro. Aristóteles relacionaba el tiempo con el movimiento y definía el tiempo como aquella medida del movimiento con relación a lo precedido y lo sucedido. San Agustín relacionaba el tiempo con el alma debido a que el pasado es algo que ya no existe, el futuro algo que vendrá y el presente se escurre, transformándose en un recuerdo que, al ser parte de la memoria, la ubicaba en el alma.
El estar gran parte del tiempo de nuestra vida, conectados online demuestra que no tenemos conciencia del tiempo o que no nos importa. Salvo cuando al morir, recurramos al remordimiento de no haber aprovechado más el tiempo en otras cosas más tangibles y sanas para nuestros cuerpo y alma.
Ya lo decían que el tiempo perdido lo lloran los santos. Tal vez no seremos santos, pero tampoco desperdiciemos el tiempo que no es renovable estando conectados día y noche a las redes sociales.
[1] ESPINOLA, Juan Pablo (24 de octubre de 2024). Tiempo. Enciclopedia Concepto. Recuperado el 24 de octubre de 2024 de https://concepto.de/tiempo/.