Todo el tiempo, todo el tiempo, no falta gente que me dice con cierto tono de sorna: “tan amigos que eran Javier Corral y tú” e, incluso, nos llaman “compadres”, siempre lo niego.
Yo, de Javier Corral, fui colaborador, subalterno, subordinado, abogado, pero amigos nunca. La de “amigo”, es una palabra pesada, dura, larga, profunda. Hay tarados que no lo entienden, que creen que el vínculo laboral es sinónimo de amistad, de compañerismo, de cercanía, quien eso cree, es un imbécil.
No sabe el ingenuo o la ingenua (seamos amables), que las relaciones laborales son relaciones accidentales, fortuitas, coyunturales, que duran sólo lo que dura el cargo, la posición, la circunstancia.
Habrá quien reniegue de la postura anterior, son ignorantes o idiotas. Perros que son capaces de traicionar a su perra madre por un mendrugo (¡conozco tantos, muchos de ellos examigos!). Sí, lo admito, fui, he sido, ignorante e idiota, creí hallar amigos donde no los había, sólo felones, cobardes, simuladores, descastados, que no entienden lo que es la honra, la dignidad o la vergüenza.
Pues bien, trabajé para Javier Corral, sí, es verdad, yo (aunque el pobre retrasado no lo recuerde, aunque lo haya olvidado en algún vericueto de su retorcida memoria) lo hice diputado y luego senador. Después, el infeliz hizo sus deposiciones en lo más límpido (se cagó en lo más decente), y se quedó ahí, en esa hez fecal de su realidad mocha, trasnochada y enfermiza.
Ahora, que lo veo neoSenador por MORENA, en trance de votar a favor de aquello contra lo que se opuso su vida toda, no quedan sino la incredulidad y el asco.
Compasivo como soy, lejos de descalificarlo sin más (no deseo tildarlo de basura execrable, cobarde, traidor, miserable, débil moral, desmemoriado, mequetrefe, hijo de su %$/#& madre) y con deseos de entender qué pasó en su alma, qué espantosa transformación ocurrió en su espíritu, concluyo que el pobrecito está loco, bien %$/#& (pinshe) loco. No hay otra forma de entender esa súbita mutación.
Vaya a saberse si su sed de venganza, su ignorancia monumental, su ramplonería intelectual o su indefinición sexual, lo llevaron a esa nueva “convicción”, pero el hecho está ahí: palmario, claro, prístino, evidente e inocultable: votó ese engendro de la reforma judicial y, ¡oh, mi Dios!, la militarización de la seguridad nacional.
Por eso le llamo desde estas líneas “el amigo Javier Corral”, así, como se nombra a los locos, a los idos, a los idiotas, a los babosos del pueblo: una excrecencia, una verruga, un lobanillo, un tumor de la inteligencia que deambula por ahí, no vaya a ser que te lo topes de frente y te saque una navaja, un cuchillo o peor… un discurso.
Puerco, sí tú, Javier Corral, puerco, puerquísimo, ven y búscame aquí en Chihuahua a debatir de lo que quieras, cuando quieras, donde quieras y como quieras: derecho, política, Acción Nacional, convicciones, tu administración asquerosa, vergüenza, integridad o lealtad. El cobarde que eres no te lo va permitir.
Te espero, perro.
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Luis Villegas Montes.