Reflexión semanal
Muchas personas nunca aprenden a vivir verdadera la vida y a ser felices porque sus actitudes responden a una variedad de factores. Son tristes o felices, confiados o desesperados, conforme a factores externos. Muchas veces esto nos sucede sin que nos demos cuenta. Debemos de tener mucho cuidado de no ser engañados por las emociones. Por ejemplo, uno se levanta una mañana y se siente excepcionalmente optimista. Todo el día las cosas marchan a las mil maravillas. Al acostarse, y repasar este día tan hermoso que concluye, “seguramente, hoy Dios ha estado con migo, todo me fue bien” El día siguiente, no obstante, todo va a lo contrario. Se despierta con un sentido de depresión. Se encuentra durante el día de mal humor. Discute con la familia, con sus compañeros de trabajo y acaba con un fuerte dolor de cabeza. Terminado el día diciendo, seguramente Dios no ha estado con migo hoy, las cosas no fueron tan bien este día. La verdad es que ambos días sencillamente dependía de las emociones y no de Dios. Porque la verdad es que la fe no tiene que ver con las emociones. Si la fe dependiese de nuestras emociones, Dios sería injusto, porque el estado emotivo de una persona responde muchas veces a los genes que heredó de sus padres. Además, las emociones pueden varían según el día del mes.
La fe es depender, no de las emociones, ni de la lógica, ni de las buenas obras, sino del Señor. Pero, ¿cómo podemos depender del Señor? La respuesta es, de la misma manera que dependemos de personas aquí en la tierra; en base a compromisos específicos que el Señor ha contraído con nosotros. En la misma forma en que los hombres de negocios se comprometen sobre bases bien firmes al unirse en una empresa, y en la misma forma en que los jóvenes se comprometen al contraer matrimonio, así también Dios, pero de una manera mucho más profunda se compromete con nosotros.
La Biblia está repleta de compromisos que Dios hace. Las llamamos promesas. Nosotros expresamos nuestra confianza y fe en Él cuándo ordenamos nuestras vidas conforma a estas promesas. Depender de Dios es depender de sus promesas. ¡Hay una promesa para cada necesidad! Así que “confiar en el Señor” no se trata de una piedad abstracta, sino de apropiarnos de un contrato en firme, firmado por el Señor mismo.
Estas hermosas promesas las hemos de recibir por medio de la fe como ya dadas. Si vivimos constantemente en la conciencia de su realidad, dando gracias al Señor por ellas, habrá en nuestra vida una profunda paz perdurable. Es importante notar las condiciones de estas promesas: requieren de un encuentro con y una fe pura y verdadera en Dios y su Hijo Jesucristo, por quien son dadas y cumplidas tales promesas.
Algunos son sinceros cuando hacen una promesa, pero posteriormente descubren que no cuentan con los recursos para cumplir. ¡Dios no! Atrás de cada promesa ha colocado una reserva infinita de potencia. En sus promesas Dios ha almacenado toda la potencia librada en la resurrección de Cristo. De modo que, una promesa es más que meras palabras; es dinamita espiritual, y nuestra fe en Cristo es el cerillo que enciende la mecha.
Así que, cuando aprendemos a depender de Dios por medio de sus promesas, aprendemos a vivir verdaderamente la vida y a ser felices este mundo.